La vida, en medio de su aparente voluptuosidad, posee una verdad propia y sólo basta frotar un poco los sueños para que aparezca un antiguo duende llamado destino quien, generosamente, se la revela y lo asoma a uno a la libertad.
La línea cronológica que él se inventó como aliada, ennoblece la sombra espiritual de estos años terrenales, inciertos y difíciles, pero, a la vez, tan atractivos como para sembrarlos en nuestra historia.
En mi caso, adopté la costumbre de caminar a su lado, o un poco atrás, obediente, sereno y sumiso, con el respeto que se tiene a los misterios, y aprendí a seguir sus pasos con una ilusión, tan ideal, que me ha inspirado a la fantasía.
Así, he podido edificar leyendas bonitas, dejarlas fluir en mi interior y encender un fuego en torno a su luna, con el pensamiento y el estudio, para inscribirlas en el alma como estrellas permanentes.
Como premio, he comenzado a entender la perfección de su círculo -el destino del destino-, su ascenso y descenso en ciclos de pasado a futuro, con el presente como bisagra, para hallar el recurso mágico del tiempo.
El cristal protector del destino descubre, a través de su transparencia, el justo medio de todo y propone un divertido juego a las escondidas, latente y seductor, para hallar el secreto de vivir de “un, dos, tres, por usted y por mí”.
Es que el tiempo es como una mariposa que lleva dibujadas en sus alas las rutas de la vida y se las cuenta con murmullos al viento y al horizonte, con el reflejo del recuerdo en el espejo universal de lo sagrado.