Con la cabeza en alto y secundado por los altos mandos castrenses, el núbil mandatario de los colombianos anunció con voz firme y tono calculado que se había logrado la extradición del más sanguinario delincuente de este siglo. Porque el del pasado ya lo conocemos y sabemos cómo terminó.
El tratado de extradición no es, como lo quieren dar a entender, un acuerdo entre dos. No, fue más que un acuerdo; fue una imposición. El coloso del norte con todo su poder económico logró que nuestra república bananera aceptara enviar a los connacionales a su poderoso país para exprimirlos a su antojo. En últimas se trata de recuperar una buena cantidad de efectivo que produce el inefable negocio de la droga. No es un problema de salud; es del orden económico.
Extraditar significa que nuestro sistema judicial no solo es ineficiente sino corrupto.
Extraditar quiere decir que nuestro sistema de aseguramiento intramural es ineficaz y ha demostrado que se puede torcer con dádivas y conexiones por lo alto (Merlano, Mattos, alias Matamba y un largo etcétera).)
Extraditar puede silenciar acusaciones que ya habían empezado y que pusieron a temblar a más de un político, militares, empresarios, latifundistas y otro largo etcétera.
Extraditar significa, sobre todo, pisotear lo más importante en un proceso de estos: acaba con las esperanzas de los primeros en la lista de damnificados; las víctimas de tantos crímenes y vejámenes por parte de estos criminales que deberían probar las crueles incomodidades de nuestros vetustos centros penitenciarios.
Es vergonzoso y deja un sabor a resignación hacer justicia de esta miserable manera. Incapacidad para hacerlo en nuestro sagrado suelo, resignación porque lo ordena un poderoso, indignación de saber que tenemos un sistema judicial tramposo y corrupto.
Cuando regrese el reo, arrepentido y reblandecido sin recursos, ya sus propiedades y su capital ha sido repartido entre sus secuaces. Es ilusorio pensar en reparación y reivindicación de las víctimas.
El coloso del norte quedará satisfecho y regresará al maleante a pagar sus fechorías en donde las cometió y en donde están los muertos de las masacres, los desplazados viviendo en donde pueden y las víctimas de vejámenes derramando lágrimas de dolor e impotencia.
¿La extradición es de doble vía? O sea que ¿podemos ver algún día un gringo enviado por EEUU para ser juzgado en Colombia?
Enviar a un connacional para ser juzgado en otro país no debe ser motivo de orgullo; es más bien, incapacidad, facilismo y obediencia servil que recuerda las nefastas épocas del colonialismo y la esclavitud.