Pensando en los alcaldes que inician su tarea con el nuevo año, recuerdo un análisis que hicimos hace veinte años, cuando en la Alcaldía de Lucho Garzón, discutíamos y analizábamos la realidad de Bogotá, sus perspectivas y problemas. Concretamente, el papel y sentido de las veinte localidades de Bogotá y de sus alcaldes, menores se les decía entonces, sus relaciones con la Alcaldía Mayor y el papel que estas podrían desempeñar.
Había opiniones encontradas sobre el grado de autonomía en la definición de sus prioridades de acción y en el establecimiento y manejo de sus presupuestos: ¿Debían limitarse a adelantar programas y a disponer de recursos por delegación de la Alcaldía, con miras a agilizar la ejecución de unas políticas y unos dineros centrales, limitadas a ser simples ejecutores de decisiones centrales; o en el otro extremo, debían ser instancias plenamente autónomas, inscritas en una estructura central formal y poco más, que representaría a la ciudad y sus relaciones ante los otros poderes?
La solución adoptada fue clara; por su naturaleza y en ciertos casos, por su conveniencia, se debían agrupar funciones y los consiguientes recursos, de acuerdo con su naturaleza y características; es decir, lo que sea específicamente territorial como las zonas verdes, las vías barriales, el espacio público, en el sentido del que no es privado... será de la competencia de la localidad, de su gobierno, con sus prioridades y recursos.
Lo restante, lo que es común al conjunto de las localidades, es competencia de la administración distrital, de la Alcaldía, como es la seguridad ciudadana, los servicios públicos de salud y educación y la infraestructura de energía, acueducto y alcantarillado. Eran acciones, políticas y recursos que se complementan al servicio de los ciudadanos, sus comunidades y territorios, logrando un resultado que es superior al de las partes individualmente consideradas. La política de desarrollo y emprendimiento debían definirse igualmente a partir de las ventajas competitivas de la ciudad como espacio económico integrado, a partir de las ventajas y potencialidades de las localidades.
Los discursos federalistas y autonómicos que se vuelven a escuchar en medio de un replanteamiento, que no solo ajuste, que empieza a darse en el país, son simplistas y asumen que somos un país homogéneo en sus espacios y territorios, de alguna manera integrado, donde todos tienen un punto de arranque semejante. Olvidando nuestra diversidad fundamental, que es fuente de enormes posibilidades, pero igualmente de desigualdades que amenazan lograr un desarrollo integral y complementario, a partir de reconocer, valorar y dinamizar esa diversidad que hace que Colombia sea Colombia. Un punto que desconocen el nuevo gobernador de Antioquia y el actual Presidente del Senado, en sus recientes planteamientos.
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