El acertijo del tiempo es jugar a que si por un lado los años se van estrechando para apretar la cuerda de la vida, por el otro van liberando amarras para devolverlos a su redil, hecho de infinito.
Eso sólo lo entienden los sabios, pero los normales hallamos una señal cuando soñamos con el universo y desprendemos, así, los eslabones de los misterios escondidos en sus claroscuros.
Y al capturar las ideas inmigrantes en el espacio, la razón nos acerca a la génesis de la naturaleza, a explorar el imaginario del mundo y a sentir el recuerdo de Dios sembrado de humanidad.
Es la majestuosa espiritualidad abriéndose al infinito, trazando el camino, largo y lento, que conduce a la sabiduría, con el horizonte desplegado hacia el orden de la eternidad.
El viento siembra la esencia primitiva de la libertad, para que la ceremonia de pensar la integre a los colores mágicos de la luz que emerge de la excelsitud como un don sagrado.
Y la intimidad madura en la fantasía las edades del corazón, para enseñarle que podemos sentarnos a esperar el hilo que se rebobina en el telar del pensamiento, y verlo regresar -sereno- a su madeja de ilusiones.
EPÍLOGO: La vida nos propone un tiempo auténtico, diferente, un anhelo de iluminar la existencia desde los faros estrellados y cazar, con una red para mariposas (reflexión), las virtudes del alma.