Mi animadversión por Gustavo Petro no es secreto para nadie, pero no se trata de un asunto personal, como muchos pueden creer; simplemente tenemos formas diametralmente opuestas de ver el país y también de pensar: la ideología política de Petro es la antítesis de la mía, y por ello no comulgo con sus propuestas y métodos. Petro representa una doctrina caduca y fracasada en todo el mundo: el comunismo. No hay latitud sobre la faz de la tierra, en la que la izquierda radical haya mostrado algún desempeño aceptable en materia económica, de derechos humanos, en programas sociales y mucho menos de respeto por la democracia y sus instituciones.
Todo lo anterior no es óbice para reconocer la inteligencia y avilantez de Petro: solo los estúpidos se ciegan ante lo obvio y no aceptan las habilidades de quienes piensan diferente o son contrarios. Nos guste o no, Petro es un tipo jodido, en el sentido amplio del vocablo: es coherente, valiente, habla bien, sabe cómo polarizar y dividir, y también es formado. Equivocado o no, tiene claro su discurso populista y demagógico, que le viene funcionando a la perfección, a juzgar por los números de las encuestas y por las mediciones internas de cada partido: nadie marca como Petro, para que estemos claros.
La vida de Petro es digna de un guion cinematográfico: su infancia estuvo llena de limitaciones y carencias, pero aun así se hizo economista y se especializó en importantes centros educativos de Europa: la adversidad no lo detuvo. Siendo un niño, dejó su natal Ciénaga de Oro (Córdoba) y creció en Zipaquirá; es un híbrido aceptado como tal: para los cachacos es considerado uno de los suyos, y para los costeños es tan autóctono como los porros de su paisano Pablito Flórez. Desde muy joven mostró inclinaciones por el ideario de izquierda y, con el paso del tiempo, se ha forjado un nombre entre los militantes de esa corriente, inscrito para siempre en las páginas de la “mamertería”.
Lo más increíble de todo, sin embargo, es la capacidad de la que hace gala Gustavo Petro para “maquillar” la verdad y mimetizar sus propios descalabros, al convertirlos en victorias o hechos sin trascendencia, dependiendo de lo que convenga. Hizo parte de la guerrilla del M-19, la misma que incineró el Palacio de Justicia y fusiló a sangre fría a 11 magistrados, 43 civiles y 11 soldados. Luego del proceso de paz con el gobierno de la época, Petro dejó de ser el comandante “Aureliano” y volvió a la legalidad como Gustavo. Él ha dicho que no participó en actos violentos (al parecer es el único exguerrillero que no hizo nada malo), y la gente le cree. A mediados de los 90 ejerció de anfitrión de Hugo Chávez, en las visitas de este último a Colombia. Tenían una buena amistad y bebían de la misma fuente, circunstancia que los hacía correligionarios inmejorables (hasta hace poco Petro defendía con ahínco la Revolución Bolivariana). Luego se convirtió en representante a la Cámara y senador de la República, tribuna desde la que se convirtió en el censor moral y político por antonomasia. En el año 2011 fue elegido alcalde de Bogotá, y bajo su administración la capital de Colombia naufragó en el mar del caos y la ruina. Pero de eso pocos tenemos memoria. Hoy día Peñalosa trata de enmendar los desastres ocasionados por Petro, y mucho me temo que hay cosas que no tendrán arreglo.
A diferencia del inefable Hugo Chávez, Gustavo Petro no ha ocultado nunca sus verdaderas intenciones, en caso de llegar a la Presidencia: mientras el tirano venezolano se mostraba como una mansa paloma, Petro habla claro y “raspao” sobre expropiaciones, propiedad privada y redistribución de la riqueza, ni tampoco ha ocultado su cercanía con las Farc. Insisto: si Vargas Lleras, Duque, Ordóñez, Ramírez, Morales y Pinzón no se unen para la primera vuelta, el fenómeno Petro puede hacerse al solio de Bolívar.
Estoy por pensar que el problema no es Gustavo Petro. Él está en lo suyo. A lo mejor, la que se equivoca es una parte de la sociedad que, conociendo los antecedentes del personaje y teniendo como espejo a Venezuela, pretende dar un salto al vacío por simple descontento con el sistema, sin evaluar detenidamente las consecuencias de tan irracional proceder.
La ñapa I: Los mitómanos de las Farc pretenden empezar a contar su verdad llena de cortinas de humo: ahora resulta que masacraron a los civiles del club El Nogal porque supuestamente ahí se reunían paramilitares. En El Nogal, las Farc mataron civiles -ese era su plan-. La razón: el odio de clases. Así empieza la JEP: llena de mentiras manchadas de sangre.
La ñapa II: El paquetazo de Sergio Fajardo, entre más habla, más se desinfla. ¡Qué clase de vendedor de humo es ese señor!
La ñapa III: Santos dando consejos sobre cómo gobernar equivale a que un asesino de niños cuide una guardería.
La ñapa IV: De la Calle dijo que ganaría en primera vuelta: ¡pobrecito: se le pegó la locura de Santos!