En 1982, en los inicios del proceso de paz de Belisario Betancur, se dio el primer debate nacional y ciudadano sobre la guerra y la paz promovido por un gobierno, que daría nacimiento a “los violentólogos” que durante unos años produjeron una multitud de análisis sobre un tema considerado fundamental, sobre el cual mucho se había discutido a lo largo de los años. Jaime Bateman como comandante del M19, propuso que para ponernos de acuerdo en medio de la confusión, el desconocimiento y la desconfianza por no decir temor reinante, se debía entre todos, cocinar “el gran sancocho nacional” como plato principal del acuerdo entre todos los colombianos, que proponía Betancur. Lo dramático es que el sancocho se vinagró y terminó en la acción demencial de la toma del Palacio de Justicia que no le dejó a Colombia sino muertos y perdedores.
Recuerdo esta experiencia ocurrida hace ya cuarenta años, al analizar la estrategia de Gustavo Petro, con sus raíces juveniles en el M19, observo que con su afán legítimo de ganar la Presidencia incorporó en su discurso la propuesta igualmente legítima y necesaria, de propiciar un acuerdo nacional que permitiera superar esta época triste y estéril de enfrentamientos cargados de emocionalidades e irracionalidades que no han tenido otro propósito que alimentar y aprovechar electoralmente la rabia y el miedo que día a día, sienten millones de colombianos.
La propuesta de Petro con su actividad y discurso político se alimenta y a su vez alimenta esos sentimientos, para lo cual unos enarbolan la figura imaginada pero efectiva de una amenaza castrochavista; mientras que los otros con Petro a la cabeza, emplean la de Álvaro Uribe que aunque su ciclo político haya concluido sin embargo su imagen y recuerdo mantiene fuerza y poder para generar emociones de apoyo y rechazo.
Y digo lo anterior porque a medida que avanza su campaña, esta se ve avasallada por el afán de Petro por sumar votos a cualquier costo, con lo cual simplemente desnaturaliza, prostituyéndolo y caricaturizándolo, el objetivo, en principio inobjetable, de impulsar el necesario acuerdo nacional. Su propuesta terminó convertida en un árbol de navidad al cual asuntos concretos que interesan a sectores y electores potenciales determinados; las hace envolviéndolas en una retórica grandilocuente y sofista plena de generalidades que suenan bien, , pero que no se integran en un todo coherente
La lista de alianzas que ha hecho con organizaciones y políticos de todos los pelajes, es infinita; el único criterio para hacerlas, son los votos que le ofrecen; con ello Petro ha ido más allá de lo practicado por la vieja política, de la cual denigra pero imita a pie juntillas. Pero no es solo promiscuidad con los apoyos político-electorales, es también con el recibimiento caluroso e indiscriminado de personas que no aportan votos a su ambición, pero le dan visos de solidez intelectual y académica a sus propósitos, algo que nunca sobra para mostrar igualmente su voluntad de apertura en aras de lograr la publicitada unidad nacional a costa de fragilizar la unidad interna de su movimiento y de su eventual gobierno. Si a Francia Márquez le produjo yeyo el coqueteo del caudillo Petro con el clientelista y neoliberal Cesar Gaviria, no quiero ni imaginar lo que a ella y a la línea militante del Pacto Histórico les produce el caluroso abrazo de recibimiento del jefe máximo a Rudolf Hommes y a su émulo Alejando Gaviria, el cerebro de la apertura neoliberal y principal responsable de la destrucción del sector agropecuario, de campesinos y empresarios por igual. Ese sancocho a Francia y a muchos se les indigestaría y al país lo dejaría de cama. No ha sido y no es ahora la receta que Colombia reclama con urgencia.