En esta Colombia impredecible y locuaz día a día se presentan sucesos de ripley que alimentan nuestras anécdotas y literatura popular: hace apenas un poco más de un mes se veían helicópteros en Bogotá transportando agua para apagar los incendios en los cerros orientales, y ahora rogamos para que no llueva tan duro para que no sigan cayendo rayos que afecten el aeropuerto de la capital. Eso sucedió el pasado jueves y a nivel nacional se presentó un entendible caos aéreo en todo el país. Hasta ahí, todo normal, y por ello quienes llegamos al aeropuerto hacia las 7:00 de la noche para tomar el vuelo 9456 con destino a Cúcuta, cuando se nos habló de la primera tardanza, lo entendíamos.
Solo que el primer anuncio de retraso fue de las 9:00, el segundo 10: 45, el tercero 11: 45 hasta que finalmente salimos a las 12:30. Ahí empezamos a ver que no sé porqué, pero a nosotros siempre nos dejan de último, porque a pesar de las dificultades la conexión a otras ciudades se habían realizado con retraso de no más de 2 horas. A nosotros nos premiaron con 5 horas, pero bueno, a la 1:00 de la mañana ya montados en el avión y con la alegría de dormir en casa. A las 2:00 de la mañana del avión no pude aterrizar en Cúcuta por fuertes vientos, y ahora de regreso a la capital. Hasta ahí todo se entendía. El capitán anunció que era un riesgo tratar de hacer el aterrizaje en esas condiciones, y a pesar de la incomodidad y fatiga, pues comprensible. El caos fue a la llegada al aeropuerto de Bogotá, en donde madres que viajaban con sus pequeños hijos por ejemplo, y ante la pregunta del acompañamiento de Avianca a los pasajeros, pues no había ninguno. La molestia de algunos pasajeros era grande, ya salida de tono, que tildaban de bruto al piloto cuando se enteraron que el de Lam si había aterrizado.
Hubo una justificación de la empresa de chiste. Que no había posibilidad alguna de hotel porque los Rolling Stones estaban en Bogotá y no había hoteles disponibles. Total, ví a mamás con sus pequeños hijos acomodándolos de cualquier forma en el piso – ni siquiera habían camas auxiliares- para esperar el primer vuelo que salía a las 6:00 de la mañana. Para la gente que no encontró cupo, no hubo auxilio alguno de transporte, alimentación, ni nada. Hacia las 3:30 de la mañana, agotado, hice mi reserva para horas más tarde, y hacia el mediodía cuando llego al despacho de Avianca, me alcanzan a decir que no tenía cupo, además de tener que pagar una penalización. El más pacífico se revienta, hasta que tomo otro vuelo que el primer intento de aterrizaje lo tuvo que abortar por dificultad de tiempo. En el segundo intento, el avión aterrizó, no sin antes ser aplaudido el piloto por la maniobra. Esas son las peripecias para visitar como diría el poeta Miguel Méndez, a Cúcuta, mi amada infiel.