Felicitaciones a todas las mamás cucuteñas. Recordando a algunas de ellas, la historia nuestra y la de Colombia comienza con el coraje y la belleza de una de ellas, Nicolasa Ibáñez, quien hacia 1813 cuando el Libertador Bolívar llega a la provincia de Ocaña, ya con la aureola de la fama y el prestigio, y unas armas por esconder.
Nicolasa lo conoce y el mejor sitio para esconder los fusiles era la propia iglesia de San Francisco.
Así comenzó esa historia de amor, que se escribe al lado de una mujer valiente e inteligente que hacia 1840 se radica en España, y su fuerza e ímpetu la llevan a liderar un movimiento que se denominó Carlista.
Su hermana Bernardina, no se queda atrás en ese recuento; hacia 1840 el presidente Santander, atendiendo a su amigo Pedro Alcántara Herrán, futuro presidente, pero quien ante la belleza de la joven mujer trata de cortejarla en un descuido del primero, genera un inusual y curioso enfrentamiento entre los dos hombres de estado. Esa es la historia.
A principios de los años 60 aparece una nortesantandereana valiosa, la artista Beatriz Daza, quien gana un premio nacional por su actividad cultural en cerámica.
Esta columna que puede leerse como un reconocimiento a la mujer nuestra, de todos modos, es un buen mensaje para hoy en el día de las madres.
Por esos mismos años, Leonor Duplat Sanjuan gana el Concurso Nacional de Belleza, entregándole por primera y única vez el título al departamento. En Cartagena en el parque Bolívar, existe un portal llamado de Los Escribanos en donde en el suelo se encuentra una baldosa en homenaje a cada una de las reinas.
Ahí está el nombre de Leonor, quien muy pronto, a los pocos años del reinado, muere en un accidente. Hay muchas mujeres y madres que se han destacado en la historia de esta región: Doña Esther Ossa de Colmenares fue fundamental en la creación de este diario. Hoy recuerdo con mucho afecto a otra de ellas, Doña Margarita González de Cabrera.
En alguna ocasión el poeta Pablo Neruda, hablando de amor les escribió a las madres:
“Mujer, yo hubiera sido tu hijo, por beberte
la leche de los senos como de un manantial,
por mirarte y sentirte a mi lado y tenerte
en la risa de oro y la voz de cristal.
Por sentirte en mis venas como Dios en los ríos
y adorarte en los tristes huesos de polvo y cal,
porque tu ser pasara sin pena al lado mío
y saliera en la estrofa, limpio de todo mal?
Cómo sabría amarte, mujer, cómo sabría
amarte, amarte como nadie supo jamás!
Morir y todavía amarte más.
Y todavía amarte más y más.”
Y no puedo terminar esta columna, sin extenderle un sincero y afectuoso reconocimiento a mi mamá Irene.