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En el ojal azul de la aurora…
Con la música aprendí a crea.
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Lunes, 21 de Marzo de 2022

La razón fundamental para amar la música clásica es deshojar mi sombra y sembrarla en el camino, tras esas huellas gratas que caen del silencio y me arrullan con una sinfonía en do mayor de la esperanza.

En el amanecer de cada uno de mis días, un esplendor musical florece en sentimientos afanosos por salir al viento, temprano, a contar emociones y a nutrir de placidez la nostalgia bonita del corazón.

La vida me obsequió ese don por azar -como todo lo mío- y yo, como un buen estoico que acepta su destino, lo recibí sumiso, sin saber que se convertiría en el refugio de mi alma y la sangre de mi espíritu.

Y se alió con mi necesidad de fantasía, con el anhelo de aquella lejanía donde viven, además, la poesía, la literatura, la filosofía, la pintura, el teatro, en fin, donde habitan duendes seductores que invitan a soñar.

Dios -en su bondad- me ha dado el regocijo de disfrutar la belleza en el encanto de un piano, o en las cuerdas de un violín, trenzada en la armonía orquestal y esperando la lentitud celeste que baja de la mañana.

Así, el destino plantó en mi soledad un escenario ideal, donde pudiera aliviar mi vieja frustración de no haber nacido hace doscientos años, ni de vivir un tiempo antiguo y bueno y ser un inmigrante fiel de la melancolía (o un ermitaño).

EPÍLOGO: Con la música aprendí a crear -yo mismo- libretos para imaginarme sabio y transformarme en director, concertino, tenor, barítono o escritor de ópera y esconderme, con mi batuta de sueños, en un ojal azul de la aurora.

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