Estamos hablando del proyecto de reforma política del gobierno Petro y concretamente de las dos amenazas que encierra y que para la política pueden ser mortales, el clientelismo y el caudillismo, y ambas asoman sus orejas en el articulado. Llega en un momento de crisis profunda de la política como actividad de la sociedad y de los partidos que deben ser los grandes actores, las grandes fuerzas que se mueven y que mueven el escenario fundamental de la política. Soy de los que creemos que el almendrón, el alma de la crisis del país y de su democracia, es la de la política.
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En la vida de las sociedades todo vacío se llena. Y en política la causa principal del vacío existente - que no es solo un problema colombiano -, es la crisis de los partidos. Hay una relación de causalidad directa entre crisis de la sociedad, crisis de la política y crisis de los partidos y organizaciones. El tema del poder (quiénes, con quiénes, cómo y para qué se ejerce), es el fondo del asunto; en política igualmente, al vacío, cuando se presenta, lo llena alguien - persona o institución -.
Como respuesta al debilitamiento de las fuerzas y organizaciones políticas, principalmente los partidos, han aparecido las coaliciones entre fuerzas de diferentes pelajes y con un único interés común, ganar poder. Suelen ser necesarias cuando en el juego político aumenta el número de actores y organizaciones, como empezó a suceder luego de la Constitución del 91, una de cuyas motivaciones principales era romper el bipartidismo que desde los orígenes de la república habían controlado y compartido el poder. Proliferación de partidos que hoy tiene perfil de epidemia, y que ni fortaleció ni diversificó el escenario y las opciones políticas, al contrario, las dispersó y debilitó, abriéndole con ello la puerta a coaliciones no para fortalecer coyunturalmente la capacidad de unos partidos, sino para sustituirlos en la práctica. Coaliciones, que en vez de aclarar y fortalecer el panorama político, lo confunden y debilitan. Y en esas aguas revueltas aparece el caudillo mesiánico, la otra figura que acaba de corroer las estructuras partidistas sobre las cuales debe construirse una política democrática, es decir, una sociedad de igual signo.
Con esto en mente, miremos uno de los puntos álgidos de la reforma política propuesta, la definición para las elecciones a cuerpos colegiados, entre voto preferente en listas abiertas o voto disciplinado en listas cerradas. La respuesta a esa pregunta, que es fundamental, depende de la organización y operación de los partidos. Donde estos son fuerzas organizadas y representativas, no simples organizaciones de garaje al servicio de los intereses electoreros de corto vuelo, de algún personaje con ínfulas de gran jefe; que operan con una verdadera democracia interna, donde la consulta a sus afiliados y no “el bolígrafo del jefe” define condiciones y candidatos, el voto cerrado es el ideal porque las fortalece y les otorga el protagonismo y la responsabilidad que exige una vida democrática transparente y robusta.
Por su parte, el voto preferente es el producto de partidos débiles, sin organización interna ni disciplina, y su debilidad la buscan compensar con coaliciones “atrapa votos”, generalmente congregadas en torno a un personaje y no a unas ideas, a una propuesta, a un compromiso. Es el caldo de cultivo de microempresas electorales que crecen a la sombra de los avales que les otorgan partidos de fachada, especializados igualmente en ser “atrapa votos”.
Dicho lo anterior, es claro que hoy a la política y al país no le conviene el sistema de listas cerradas, siendo el sistema ideal, pero no hay condiciones para su funcionamiento. Cosa diferente piensa y le interesa al petrismo, pues las listas cerradas juegan en favor de su mantenimiento en el poder. Es tan fuerte el asunto, que surgen voces de rechazo aún al interior de la coalición gobernante.
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