Las tendencias autoritarias suelen ir de la mano con las teorías conspirativas. Es lo que en estos tiempos se vive con mayor o menor intensidad en el mundo, Colombia incluida. Estados Unidos es el escenario privilegiado para contemplarlo en vivo y en directo.
En Estados Unidos, Trump, un populista patológicamente narcisista, con comportamientos y gustos de nuevo rico, tuvo el olfato de darles voz y visibilidad a los trabajadores hombres, blancos, con solo una educación básica, que fueron los constructores de la prosperidad industrial norteamericana durante los cuarenta años siguientes a la Segunda Guerra Mundial, hoy marginados y olvidados por los modernos demócratas, que simplemente no los vieron porque en su visión del mundo, deberían haber dejado de existir económica y sociológicamente.
Trump no mira al futuro sino al pasado, a los Estados Unidos de la postguerra, con un discurso nostálgico: ciudades de solo blancos, suburbios prósperos, familias tradicionales y religiosas de misa o servicio y barbecue familiar los domingos, con empleos estables y bien remunerados y satisfaciendo su creciente consumismo con productos made in USA; unos cuantos mejicanos de jardineros o cosecheros en California, y pare de contar.
Make America great again, era una invitación a esos marginados a regresar a un pasado color de rosa, cuando eran importantes y tenidos en cuenta por ser la base humana de la riqueza del país. Les sonaban a música celestial las propuestas y decisiones del Presidente: las renegociaciones de tratados comerciales, los enfrentamientos con una China poderosísima y tramposa, el “americano compra americano”, el regreso de la inversión que había emigrado buscando mano de obra más barata y condiciones más favorables para la inversión, la recuperación de los empleos nacionales y el ataque a los emigrantes pobres, con muro incluido, que les quitaban empleos a los blancos pobres.
Trump y el Partido Republicano se volverían el partido nacionalista y pro obrero en trance de recuperar banderas históricas suyas, la de Lincoln de la libertad de los esclavos y su apoyo a la industria nacional, enfrentando a los grandes agricultores del sur, demócratas de partido; y Teddie Roosevelt poniéndole controles a los grandes barones del capitalismo salvaje que reinaban en el cambio al siglo XX, apoyando la organización sindical e inaugurando la primera política de defensa del medio ambiente.
Ni el Partido Republicano es hoy el de esas figuras históricas, ni el Demócrata es el del otro Roosevelt, Franklin Delano, de Johnson y Kennedy. Trump lo tiene claro y ya no pelea la Presidencia sino que busca con esas banderas mantener a cualquier costo el control del Partido -¡tiene 80 millones de seguidores en twitter y 73 millones votaron por él!-, montado en sus delirantes teorías conspirativas, planteando una guerra a muerte a los demócratas por ‘socialistas’ y corruptos. Los Demócratas tienen como gran argumento en esta pelea desigual, el coronavirus, las debilidades éticas de Trump y su carácter y comportamiento atarbán y autoritario por no decir, antidemocrático, que los dispensa de elaborar teorías conspirativas, pero se perciben débiles y sin liderazgo para apoyar a un gran ser humano, un Joe Biden honrado pero inmensamente solo.