Está claro y comprobado que a la ONU la maneja la izquierda y que no defiende los derechos humanos de las víctimas sino de los victimarios, aunque los derechos humanos son su bandera y propaganda. Entonces, se trata de un organismo fariseo.
Nadie es verdadero y nada es verdadero. Cuando se habla de poner en cintura a los terroristas, los periodistas les piden la opinión a los llamados defensores de los derechos humanos que son indefectiblemente afines a las ideologías de aquellos, pero no presentan el punto de vista de las víctimas y de los que no comulgan con tales ideologías. Eso no puede ser noticia imparcial.
Cadenas de televisión y periódicos están engañando sin pudor. Y como el común del pueblo no entiende ciertos intríngulis, se come el cuento de que le están contando la verdad. Y no hablemos de la publicidad engañosa.
Mienten los partidos políticos y sus voceros. La mentira está regada por todas partes. No hay nadie, por más encumbrado que sea, en quien confiar.
Hace cuarenta años la afamada escritora norteamericana Suzzane Britt Jordan denunciaba la falta de autenticidad que traía el siglo XX. Y decía: “Anhelo lo genuino. Ver cabellos despeinados, caras arrugadas, manos callosas, uñas sucias y ojos vivaces. Quiero que las madres huelan a tocino, los padres a tabaco de pipa, las casas a amoniaco y el café a café. Me gustan las flores recién cortadas, el césped natural, las escuelas que son escuelas y las iglesias que son iglesias. La fanfarria del siglo XX no me divierte. Estoy cansada de intelectuales sofisticados, de burócratas zumbones, de tecnócratas amantes de las cifras, de teorías aguadas, de estadísticas, de clínicas sexológicas, de esos libros sobre “cómo hacerlo”, de multiventas e infravalores/ Quiero pensar en Dios. Quiero reír a mandíbula batiente. Quiero la verdad. Quiero una vida. No un estilo de vida”.
Totalmente de acuerdo, doña Susana. Por la falta de verdad estamos como estamos. Todo hoy es falso. En la expresión del pensamiento hay que ser políticamente correcto, es decir, acomodarse al gusto de algunos. El papa Benedicto XVI dijo alguna vez que el Corán era fuente de la violencia, lo que es cierto, y de inmediato los musulmanes pusieron bombas en varias ciudades europeas. El papa tuvo que recular y salir a desmentirse, para que no incendiaran al mundo. El único jefe de Estado que hoy les canta la tabla a políticos y periodistas en la cara es Donald Trump y por ello, como él lo denunció, la prensa toda le formó un partido político en contra. Pese a ello, Trump no se amilana, sino que se arrecha más, porque tiene cojones.
La paz de Santos por supuesto que no es la paz sino la renuncia a la justicia y el convenio con los criminales para que no siguieran masacrando al pueblo: la impunidad total.
“(Santander) entendió y practicó que cualquier transacción con el delito por parte del Estado, es otro delito. Gobernar es mandar, antes que dialogar y concertar. A los gobernados se les debe escuchar, pero no se les puede delegar la capacidad de decidir. El gobierno es para ejercerlo, no para compartirlo. Para deliberar, hasta reformar la ley, existe el Congreso”, escribió Germán Riaño Cano, en “Santander, auténtico genio político” (Gaceta Histórica, de la Academia de Historia de Norte de Santander, N° 122, año 2001).
Hablemos del Catatumbo. “Se le sigue mintiendo a Colombia al centrar el problema solo en el abandono estatal” dice Luis Eduardo Páez García, presidente de la Academia de Historia de Ocaña (Revista Horizontes Culturales, número 86, de febrero de 2020).
Acompasado con esto digo que sin control territorial por parte del gobierno el Catatumbo sigue siendo la tierra de nadie. Cualquier inversión es botar la plata por el desaguadero.
orlandoclavijotorrado@yahoo.es