La destitución del Presidente peruano Pedro Castillo por el Congreso –previo intento de éste de cerrar el Congreso, en lo cual se evidencia la equivocación de ese país de pretender mezclar elementos de un régimen presidencialista con unos del parlamentarismo- y la posesión seguidamente de la Vicepresidenta Dina Boluarte, nos coloca de nuevo frente a la inestabilidad de las democracias de la región.
Ya habíamos presenciado en este Siglo la destitución del Presidente Fernando Lugo por el Congreso paraguayo, y más recientemente la destitución del Congreso boliviano del Presidente Evo Morales, o de la Presidenta Dilma Rousseff en Brasil, igualmente por el Congreso, o la destitución del Presidente Manuel Zelaya de Honduras por los militares, en todos estos casos en lo que algunos denominaron ‘golpes blandos’, pero que realmente son una muestra de la debilidad institucional de la democracias. Y de los problemas pendientes de resolver para que podamos hablar de democracias consolidadas.
A lo anterior debemos agregar la situación vivida en Argentina a comienzo de Siglo, luego del abandono apresurado del gobierno por el Presidente Fernando de la Rúa y la dificultad que vivió la democracia de ese país –con cerca de cinco presidentes en menos de una semana- para darle salida institucional a la misma y ni que hablar de los casos de Nicaragua y Venezuela con Presidentes que se perpetúan en el gobierno utilizando distintos ‘mecanismos’, o el caso de El Salvador, donde igualmente el respeto a los procedimientos democráticos deja mucho que desear.
En relación con las razones que pueden explicar la situación latinoamericana de inestabilidad podemos mencionar, la debilidad institucional, la fragmentación de los sistemas de partidos políticos, la reiterada presencia del caudillismo, entre las más relevantes.
Sobre la primera, debemos decir que solo algunos países como Colombia, Uruguay, Costa Rica y parcialmente Chile, tienen una solidez institucional fuerte y hay que decir que eso es un activo muy importante –algunos sectores políticos tanto de derecha, como de izquierda tienden a menospreciarla, a ‘jugar’ con ella y sólo la valoran cuando sirve sus intereses-; en el caso colombiano se expresa en que los períodos institucionales de las instituciones se mantienen, hay una subordinación clara de las Fuerzas Militares a los gobernantes civiles democráticamente electos y con ellos debe haber un manejo respetuoso de las demás instancias de poder.
La fragmentación y atomización del sistema de partidos políticos es igualmente un factor de debilitamiento institucional; es común en muchos sectores políticos criticar los partidos políticos y buscar su debilitamiento, aspecto éste que consideramos negativo para el funcionamiento de la democracia; una cosa es que algunos partidos por determinadas prácticas deban ser cuestionados y hay que buscar que se mejoren los mecanismos de control y democracia interna o incluso la alternativa de que se creen nuevos partidos, pero debe ser clara la importancia de los partidos políticos para el funcionamiento de la democracia.
El otro gran problema, que ha atravesado nuestra historia política es la reiterada presencia del caudillismo político, que tiende a entusiasmar a sectores de la sociedad que ven en el caudillo político –sea de derecha, de centro o de izquierda- la única solución a sus problemas, porque desconfían de las instituciones y el importante rol que pueden y deben jugar las mismas; esto lleva a debilitar las representaciones institucionales y a creer que todo depende de la eficacia o decisión del caudillo de turno –hay que decir, además, que los caudillos como no les gusta mucho el control de los partidos, tienden a debilitar estos o a promover la conformación de otros partidos que sean totalmente sumisos al caudillo-.
Como vemos nuestras democracias tienen grandes desafíos por delante.