Hoy en día el mundo vive varias tragedias: la violencia política, el cambio climático, la pandemia, la incertidumbre por el futuro y una nueva de los últimos años: los desplazados por el planeta que con dramatismo vemos en imágenes todos los días. Según la ONU hoy en día en el mundo hay 82 millones de desplazados. Ya se habla que en los próximos años, muy pronto, habrá desplazados climáticos. Un dato curioso, llamativo, después de Turquía, Colombia es el segundo país en el mundo que recibe más migrantes, más que Alemania que ocupa el quinto lugar. Todo lo nuestro es susceptible de grandes contradicciones: de un lado somos uno de los países con mayor desplazamiento interno en el mundo – cerca de 5 millones -, y de otro lado, somos uno de los países que más recibimos migración venezolana y ahora con lo que sucede en Necoclí, de haitianos.
El solo relato del jueves pasado en Caracol radio de un haitiano que cruzando la selva del Darién con su familia para tratar de llegar a los Estados Unidos, travesía en la que perdió a su esposa, hermanos e hijos y a quienes los esperaba en América Central otra gran población migrante, desesperada y hambrienta que igualmente tratan de llegar al gran país del norte, que tiene sus propios problemas y ha tratado de construir hasta un muro para que no le llegue más gente, retrata uno de los grandes dramas del mundo por estos días. Una interesante reflexión sobre estos temas se hizo el pasado jueves y viernes en el hotel Arizona de la ciudad promocionado por la Fundación Creciendo Unidos y bajo la dirección periodística de Diego Aretz, a quien varios de sus escritos los publica el Espectador; recomiendo una interesante entrevista que se hizo desde mi apartamento, a “Pepe” Mojica.
La historia del mundo se repite, de manera constante y cíclica, como lo expresaba Nietzsche en la idea del eterno retorno, y recuerdo que el mundo hoy en día vuelve a vivir ese relato bíblico que escuchábamos en el colegio sobre las 7 plagas de Egipto. El rey hebreo que castiga al país de los faraones con la plaga de las langostas, con la del agua que se convierte en sangre, la de las ranas, para que los hebreos pudieran salir de Egipto. Algo de eso pareciera que está viviendo la humanidad por estos días. Por todo el mundo vemos imágenes de desplazados: los que salen de áfrica en balsas que colapsan y tratan de llegar a las fronteras de Europa, los asiáticos que tratan de entrar por Hungría, los desplazados de Nicaragua, Honduras que se enfrentan a la policía mejicana y que tratan de llegar a Estados Unidos. Son 82 millones de personas en el mundo, entre ellos se calcula que cerca de un millón son niños menores de 5 años, sin ningún futuro, hambrientos, y en algunos casos como sucediera en chile con unos migrantes venezolanos, en donde los residentes se cansaron y los desalojaron a la fuerza. Hay una actitud que cada día se va a imponer en algunos países de América Latina, los actos xenófobos.
Lo vimos en Tibú, de dos de esos niños menores de 15 años, quienes sin duda trataban de buscar algo de alimento y los mataron, creyendo sus victimarios que eran venezolanos. Por estos días adelantaba mi actividad profesional en la Guajira y me comentaban de un venezolano, que como si fuera “El Chacal”, de manera certera y precisa, mató a 4 personas en serie, sin desperdiciar un tiro. Como lo dijo el escritor italiano Alessandro Baricco: “al final del siglo XX había demasiadas cosas sumidas en una exasperante agonía: el sistema democrático, la sociedad de consumo, el sistema capitalista, las élites del siglo XX. Sólo una conmoción podía sacarnos de esa coyuntura, y llegó la pandemia”. En esa agonía están los desplazados en el mundo.