Es común encontrar hoy en día en el colombiano en cualquier conversación, foro, encuestas, u otra percepción, una incredulidad hacia el éxito del proceso de paz.
Hay muchas razones para que haya incredulidad: no hay avances efectivos, cada día la mesa de negociación se dilata, aparece como incierta, ya no sabemos los colombianos cómo va lo de la habana; todos los días vemos como la guerrilla sigue secuestrando, extorsionando y comprometida en actividades ilegales.
La percepción que resulta más clara de todo lo que vemos es que en definitiva unos son los que están negociando en La Habana, y otros los que están aquí y que ya no les creen a sus jefes.
Pareciera que se tratara de dos guerrillas distintas, los que están allá, y los que están por acá. El caso es patético, los que están en Cuba están acordando sobre el papel que no van a cultivar más coca, y los que están acá, están dedicados a sembrar más coca, siendo desafortunadamente la región del Catatumbo una de las zonas más afectadas.
Eso es lo que está pasando y lo que está viendo día a día el ciudadano común.
Por eso la incredulidad en el proceso de paz es manifiesta.
Como si ello no fuera suficiente, peor aún, en unas recientes declaraciones que hizo el ministro de defensa llegó a señalar que en el país existen 3 grandes bandas criminales, y agregó algo más abrumador, que en el país existen en una escala inferior cerca de 400 bandas pequeñas.
Con esta declaración oficial aparece otra realidad para el colombiano común, un interrogante que es más que justificado, ¿Qué va a suceder con los guerrilleros que se desmovilicen?
No se necesita ser un experto en el tema para saber cuál es la respuesta que tiene la mayor parte de nosotros: muchos guerrilleros terminarán haciendo parte de esas bandas criminales. Es más, muchos de ellos ya lo hacen.
Es muy difícil pedirle a un colombiano que crea en el proceso de paz, imposible, cuando percibe noticias como las de esta semana del secuestro de una abogada en el departamento de Norte de Santander.
Es tan alta la falta de credibilidad en el proceso, que hoy en día el colombiano desea es que el gobierno le resuelva problemas más cercanos, que lo afectan en su día a día, como el de la seguridad, la movilidad, la debilidad del aparato de justicia y el empleo.
A la gente le interesa más estos últimos problemas que el de la misma paz, que lo ve lejano, distante e incierto.
Esta inocultable realidad tiene al presidente con unos índices de desfavorabilidad muy altos, como hacía mucho tiempo no registraba cualquier otro mandatario. Siendo por supuesto la paz uno de los temas más importantes en cualquier sociedad, aquí da la impresión que el presidente va por el camino equivocado. No sólo porque llevamos más de dos largos años de conversaciones, sino porque la gente ve ese divorcio entre lo que se habla en La Habana, y lo que sucede acá. Y esa incredulidad aún puede crecer más, ser mayor, cuando en definitiva se conozca cuáles podrían ser los cargos a los que podrían acceder los guerrilleros desmovilizados: ¿se imaginan lo que podría pensar cualquier colombiano de que Timochenco podría aspirar por ejemplo a la alcaldía de cualquiera de las ciudades importantes del país, o al Senado?; ¿o qué tal de ministro de Justicia?