Prohibición de aglomeraciones, cancelación de eventos, cierre de muelles turísticos, jornadas de desinfección y activación de protocolos sanitarios, han sido algunas de las medidas tomadas por los gobernantes del mundo para luchar contra la pandemia del COVID-19 que hasta el momento deja más de 5.000 decesos y más de 160.000 personas infectadas.
Nuevamente, las naciones se enfrentan al siempre ineludible dilema que presentan las decisiones políticas teniendo en cuenta la fricción entre capacidades y aspiraciones, dado que las primeras son limitadas, y las segundas, ilimitadas. Los críticos hablan de la incapacidad de los Estados para llevar a cabo o hacer cumplir las medidas que se determinan, pero la realidad va más allá del ejercicio político.
Hay países que han tenido éxito en el viacrucis por el coronavirus, como Corea del Sur, porque han trabajado en dos aspectos esenciales: Información a la población y realización de pruebas de detección. Otros han fallado en la fase de contención y sus ciudadanos se encuentran altamente expuestos, debido a que no se le dio al virus la importancia adecuada en el marco sanitario nacional.
Encontrar rápidamente los focos de infección y reducir la tasa de contagio, son fundamentales para frenar la curva epidémica del COVID-19, por ello, diversos actores políticos presionan a los tomadores de decisiones para que implementen medidas más radicales y se logren ambos propósitos. En Colombia, por ejemplo, un sector político proponía al Ministerio de Educación Nacional no modificar el calendario escolar, y en su lugar, dar clases virtuales a los niños en las instituciones públicas del país, desconociendo las dificultades que esto acarrea para los cientos de miles de estudiantes que no cuentan con servicio de internet en su hogar. Norte de Santander, por ejemplo, es uno de los departamentos con menor porcentaje de usuarios de telefonía celular e internet del país, según la Encuesta Nacional de Calidad de Vida (ECV) 2018. De 411.000 familias, sólo el 42% cuentan con internet, lo cual deja ver una brecha y una clara dificultad para implementar esta medida y no afectar las clases.
La salud debe ser lo más importante en este momento, a pesar de que haya grupos de presión más preocupados por otros aspectos. La mezcla entre la pandemia y el bajo precio del petróleo ha hecho que los gobiernos se vean tímidos a la hora de ejecutar acciones como cierres de paseos comerciales, centros nocturnos y recreativos. Es cierto que la Bolsa de Valores de Colombia tuvo dos cierres la semana pasada, cosa que no ocurría desde hace catorce años, pero la recesión económica no puede volverse el foco de atención y los jefes de Estado no pueden perder el tiempo concertando mientras la pandemia se sale de control.
A pesar de las múltiples críticas de ciudadanos de todo el mundo en internet y otros medios de comunicación, lo cierto es que el coronavirus no pone a prueba los políticos sino a nosotros como ciudadanos, a nuestras familias y a nuestra inteligencia colectiva.
Estamos frente a una gran prueba sobre solidaridad y responsabilidad social, ya que nos enfrentamos a decisiones como hacer compras con mesura, evitar acaparar alimentos, medicamentos, tapabocas y gel antibacterial, entre otros, y así garantizar que otras personas puedan acceder a dichos insumos. De nada nos sirven cientos de tapabocas en nuestras casas si en las calles hay personas con IRA (Infecciones Respiratorias Agudas) que no los consiguen y propagan el contagio.
Las empresas también deben poner de su parte en la emergencia sanitaria. Cine Colombia dio ejemplo y cerró el 100% de sus salas para evitar la propagación del contagio, demostrando que puede prevalecer el bienestar general sobre el beneficio particular.
A todos como ciudadanos nos corresponde hacer lo propio: Evitar aglomeraciones, informarnos correctamente y reportar a las autoridades sanitarias las alertas de contagio. Es momento de pensar de manera colectiva, y así, logramos disminuir la fricción entre capacidades y aspiraciones a la que se ven sujetos los Gobiernos, en un momento donde la política se ve supeditada a la inteligencia colectiva.