La declaración leída por Humberto de la Calle el pasado 23 de marzo en La Habana, dice algunas cosas entrelíneas y otras que se adivinan. Pero lo fundamental que hay que resaltar es que se trató de una declaración honesta: reconoció sin ambages que hay diferencias de fondo aún por saldar con las Farc. Y, al mismo tiempo, que la idea no es permanecer indefinidamente en La Habana.
El haber fijado con más optimismo que realismo una fecha- la del 23 de marzo -para firmar los acuerdos de paz con las Farc, ahora es claro que pecó de fantasiosa. Debe evitarse en adelante volver a señalar, y sobre todo a anunciar, fechas fatales. La experiencia del Caguan muestra que cuando se anunciaron fechas fatales terminaron en eso... en fechas fatales.
De la declaración de la comisión negociadora del Gobierno quedó en claro también que el principal escollo que subsiste gira en torno al tema de las armas. Esto parece que lo está condicionando todo en este momento.
¿Cuándo habrán de entregarse por parte de las Farc? ¿A quién? ¿En las zonas de aislamiento será permitido que las Farc porten armas? ¿O al interior de dichas zonas solo la fuerza pública- como es lo lógico- dispondrá del monopolio de las armas? Todo está orientado, dijo De la Calle, a “romper de una vez y para siempre el vínculo entre política y armas”.
Si subsisten tales diferencias, es apenas previsible que las negociaciones no van a concluir pronto. Tomarán seguramente algunos meses más. Pero allá llegaremos. No hay que desfallecer. Ya por lo menos, en lo que permiten adivinar la confidencialidad de las negociaciones, se supo que las diferencias son profundas pero que el diálogo sigue.
Seguramente las Farc están, además de los puntos que han salido a flote relacionados con la entrega de armas y el funcionamiento de las zonas de confinamiento, poniendo sobre la mesa los puntos que a lo largo de las negociaciones habían denominado “pendientes”. Los “pendientes”, por ejemplo, en el tema agrario son complicadísimos pues van desde la revisión de los TLC hasta la derogación de buena parte de las normas atinentes a la política petrolera del país. El Gobierno no tiene ninguna obligación de aceptar estos “pendientes” ni total ni parcialmente. Y, seguramente, no lo hará. Pero la sola discusión y la desmontada de los mismos toma tiempo de la mesa de negociaciones.
Otro elemento nuevo de dificultad que encaran las negociaciones es el que acaba de abrirse con el Eln: a diferencia de lo que se convino con las Farc, más que en torno a una agenda concreta estas girarán en torno a audiencias populares. Punto complejísimo y sin antecedentes, que aún no está claro cómo operará.
La historia de todas las negociaciones de paz muestra que las fases finales de las mismas son las más difíciles. Así sucedió, por ejemplo, con las de Vietnam en la mesa de negociaciones de París, como lo relata Kissinger en sus memorias. Pero al fin salieron bien las cosas. En eso andamos en La Habana. No hay que desesperar.
Se exhibe por estos días en la Universidad del Rosario una evocadora exposición denominada: “Rafael Reyes, la primera paz del siglo XX”, recapitulando los esfuerzos que hizo Reyes para cicatrizar las lacerantes heridas que nos dejó la Guerra de los Mil Días.
Tenemos que persistir en el optimismo, y pensar que por estos días se está construyendo también la primera- y ojalá la última paz - del siglo XXI.