Hola, pequeños césares de Macondo y de la “madre patria”, que introdujeron el desorden. Los que van a morir, no los saludan. Más bien les retiramos el saludo y la mirada, como hacen los indígenas del Cauca con quienes los agreden.
Ante todo, los miuras colombianos guardamos un semestre de silencio y expresamos nuestra solidaridad con nuestros colegas los astados de todo el mundo que antes y en este año, perdieron y perderán no sólo la vida sino la estética, porque nada más feo que un muerto desorejado.
Por enésima vez, invitamos a los alcaldes que en el mundo son, a que muestren su sensibilidad social prohibiendo la entrada de trago a los tendidos. Corrida sin trago es como amar sin amor, jugar tenis sin pelota como en la película “Blow up”. O asistir a una corrida de toros con gallos de pelea.
Notificamos “urbi et orbi” que los toros preferimos terminar en bisté a caballo y no dando la vuelta a ningún ruedo, así García Lorca haya dicho que ninguna fiesta más rodeada de belleza que ésta en la que perdemos la vida para que nuestros antagonistas engorden sus cuentas bancarias. La consigna es menos poesía y más respeto por nuestros derechos humanos taurinos.
La cita de Federico (¡) la hizo el entonces presidente Gaviria la vez que le entregó en Palacio la Cruz de Boyacá a su tocayo César Rincón, quien pasó de sacrificar toros a hablar sobre nosotros a través de la radio.
Como se sabe de la debilidad de Rincón por cortar orejas, un contingente de gorilas del DAS se ubicó cerca del presidente y de doña Ana Milena, su mujer, y otro tira al lado de los delfines Simón y María Paz, para evitar que fueran desorejados.
Para proteger sus apéndices auditivos, el periodista de Chinchiná, Caldas, Leonel Toro cubrió la noticia de la condecoración por entre las cortinas de los salones Amarillo y de Credenciales, convertidos en coso político-etílico-taurino-social. (Leonel ya no nos acompaña).
“La muerte luce el pretexto para que la vida se afirme”, dijo un tanto cantinflescamente el mandatario del revolcón en honor del César criollo.
Aquel precepto, más pragmático que cristiano de no hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti, es válido también con nosotros pues desde que nacemos nos entrenan para que nos pongamos bravos y nos hagamos matar.
¿Por qué no nos adiestran para la vida, en vez de para la muerte, y de paso aplican esta estrategia en la vida cotidiana del bobo sapiens? Si quisieran, con nosotros podría empezar la cultura de la vida para oponerla a la incultura de la muerte.
Piensen los toreros y empresarios de esta decadente industria sin chimeneas, en lo ridículo que se ven metidos dentro de un traje de luces tan apretado que se les marca notoriamente la “petit différence” anatómica que natura les dio.
¿No le parece una solemne bobada al “civilizado” mundo que asiste a las corridas, que éstas sirvan para que las bellas saquen a tomar el sol sus trapos costosos y su más reciente cirugía plástica?
(Lo único rescatable de estas “fiestas” eran las crónicas de algunas plumas mercenarias que se orgasmean hablando de la corrida tal. Proponemos corridas de toros sin toros, para conservar la fauna de los cronistas. Respetamos el libre desarrollo de su confusa personalidad. Y su exquisita prosa. Deberían utilizarla ahora narrando partidos de tejo en el coso de la Santamaría).
Los toros que sobrevivimos notificamos a los aficionados de sol y sombra y a los eternos figurones de callejón, que nos hemos declarado en asamblea permanente y que estaremos definiendo en breve la hora cero para entrar en cese de cuernos caídos y no embestir más.
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