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La soberbia del poder
En una democracia, las iniciativas necesitan ser aceptadas por la ciudadanía.
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Viernes, 31 de Marzo de 2023

Lo que está viviendo Francia en cabeza del presidente Macron evidencia una vieja verdad, que el poder y la vanidad son realidades hermanadas en la psique de las personas, presentes en el desenvolvimiento de la política y de la vida social en general. Quien busca el poder y no es solo el político, considera que tiene la capacidad, el conocimiento y experiencia para influir e inclusive dirigir las decisiones y vida de los otros, bien de manera desinteresada ("altruista") o para aprovecharse de esa condición para beneficio propio.

En el caso que comentamos, es un Presidente que llega al poder con la idea de impulsar un proceso de modernización de Francia para que sea una nación competitiva en un mundo globalizado, plantea que deben rebajarse los costos de la producción y liberar recursos públicos para su inversión productiva; Para ello planteó en la campaña aumentar en dos años la edad de la jubilación habida cuenta del aumento continuado de la esperanza de vida. Propuesta que aunque "no pegó" en el electorado, Macron no desistió de ella. A pesar de esa realidad, dada su soberbia no le hizo la necesaria pedagogía ciudadana para lograr el respaldo la opinión y ésta rechazo masivamente el comportamiento presidencial, soberbio e intransigente. Lo de Francia nos recuerda que en una democracia, las iniciativas del Ejecutivo necesitan no solo tener una mayoría en el Congreso sino ser aceptadas por parte de la ciudadanía, respaldo que no siempre se da automáticamente

La enseñanza que deja esa experiencia es igualmente clara y contundente, que en una democracia las propuestas presidenciales no pueden transformarse en imposiciones presidenciales, aunque hayan sido tema de campaña. No sabemos en que terminará el rifirrafe político francés pero claramente la de Macron es la clásica situación donde se gana la batalla y se pierde la guerra, pues el foso entre el Presidente y los ciudadanos se profundizó, debilitando al gobierno; todo por la testarudez soberbia del mandatario. Mucho para aprender si pretendemos respetar y fortalecer nuestra imperfecta democracia: el querer popular termina imponiéndose.

En Colombia recientemente hemos conocido situaciones similares, donde la altivez del gobernante de turno debe ceder, como fue el manejo casi clandestino que le dio Juan Manuel Santos a las negociaciones en La Habana, dejando de lado comprometer a los ciudadanos con ellas, con lo cual le abonó el terreno gratuitamente a la oposición liderada por Álvaro Uribe, para desembocar en la derrota electoral del referendo, a pesar de la voluntad de paz de una mayoría ciudadana. Y está la derrota de la reforma tributaria de Duque/Carrasquilla. Petro está caminando por esa cuerda floja, con muchas de sus reformas cacareadas pero no explicadas, tal vez porque no lo cree necesario con su espíritu mesiánico y su fe en el apoyo de una mayoría grande pero artificial y oportunista en el Congreso de políticos que en año electoral no van a enfrentar a una ciudadanía cada vez más alejada del sonoro discurso del cambio, al cual cada vez le aparecen más grietas e inconsistencias, disimuladas por una catarata de frases altisonantes, que impactan pero no transforman.

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