No me refiero a Marlon, enredado con Santrich en narcotráfico, ladrón de dineros de la paz y, ahora, “chivato” de la DEA, que hace temblar al exsecretariado y, sobre todo, a su tío Luciano.
A ese tío me refiero, alias “Iván Márquez”, segundo al mando después de Timochenko, pero el verdadero poder en las Farc y en el partido que sirve de pantalla para el gran negocio de impunidad, narcotráfico y lavado de activos que terminó siendo el Acuerdo con las Farc.
En las elecciones del partido, Márquez obtuvo la mayor votación y Timochenko logró el quinto lugar, pero, como registró la prensa, “…por respeto y por valor histórico le ratificaron el mando, pero Iván Márquez tiene el sartén por el mango”.
Con ese poder efectivo, bien vale preguntarse: ¿qué se guarda en su trastienda?; ¿por qué su renuncia al Senado?; ¿por qué su apoyo al Paisa en su decisión extorsiva de abandonar la zona de reincorporación, “hasta tanto no se dé la liberación de Jesús Santrich”?; ¿por qué su decisión de “instalarse” en Miravalle, Caquetá, “mientras se tienen mayores claridades y certezas sobre lo que sigue”?
¿Por qué su descalificación del proceso contra Santrich como “infame montaje”, en contravía de Timochenko, que llama a someterse a la Constitución y las leyes?
Marín parece temer temiera lo peor y, por ello, prefiere estar cerca del monte que del Capitolio. No es casual su declaración: “Santrich me dijo: el segundo va a ser usted”. Debe ser porque Santrich sabe que las pruebas contra él son irrefutables y lo serán contra Marín, mucho más con el ventilador prendido de su sobrino. Además, nadie cree que Santrich se haya metido en un negocio de ¡10 toneladas de coca!, sin apoyo de, cuando menos, el sector guerrerista de Márquez, que habla de paz, pero no abandona el tono amenazador y prefiere tener un pie en la disidencia.
A los temores de Marín, del Secretariado y de sanguinarios segundones como el Paisa, se suman las denuncias de las exguerrilleras de la Corporación Rosa Blanca sobre su victimización como menores reclutadas, objetos sexuales y de aborto por parte de los comandantes, delitos de lesa humanidad que, según el Acuerdo, “No serán objeto de amnistía ni indulto ni de beneficios equivalentes” y, por tanto, los mandarán a la justicia ordinaria.
¿Qué hay detrás de todo esto? Pues un Acuerdo incumplible. El Gobierno sabía que lo era, por las restricciones fiscales, y a las Farc no les importaba que lo fuera, pues sus objetivos, detrás del discurso revolucionario, eran la impunidad, las prerrogativas políticas y el incumplimiento mismo, a través de la continuidad de sus actividades ilícitas.
Pero no contaban con Estados Unidos ni con el Fiscal Martínez, y hoy, con el fantasma de Rosa Blanca y el rabo de paja del narcotráfico, para qué curules, dirá Márquez. Es mejor alejarse de la candela y arrimarse al monte.