Se ha hecho costumbre en este país, el mal comportamiento de las barras de hinchas que asisten a los estadios para apoyar a los equipos de futbol de sus preferencias.
Cada vez que hay un encuentro entre ciertas divisas, surgen los choques violentos entre los concurrentes, por las mas diversas razones, todas centradas en el inconformismo por una derrota o en la arrogancia por un triunfo.
Sin duda constituye un espectáculo deplorable, que lleva a generar heridos, muertes violentas, daños materiales y la conversión de una fiesta futbolera, en una tragedia horrible.
Todo eso hace aflorar falta de cultura, de civismo, de elemental comportamiento personal y de una visión negativa de la cultura ciudadana en nuestro medio.
Ir a un estadio se ha convertido en todo un desafío, con riesgos enormes que pueden llegar a colocar en peligro la vida, tal como se ha podido comprobar en diferentes escenarios.
A la División Mayor del Fútbol colombiano, se le debe exigir un programa de educación ciudadana para impartirlo entre los seguidores de la fiesta del balompié, de tal manera que se pueda ilustrar a las personas sobre cuales son sus obligaciones al concurrir a un evento de esta naturaleza. Fuera de eso, es necesario aplicar políticas muy bien diseñadas para el control de la situación, en donde exista una cooperación muy estrecha con las autoridades locales y de policía.
La actuación de las dirigencias gremiales, así como la de los propios equipos, tiene que estar plenamente definida y articulada. No podemos seguir observando que, ante los hechos lamentables, todo el mundo sale a lavarse las manos y a señalar responsables, para deshacerse de su propia ineficiencia, y por supuesto, culpa, en el manejo de la situación.
El espectáculo del fútbol tiene que tener un replanteamiento urgente, pues tal como van las cosas, los equipos en contienda tendrán que enfrentarse en encuentros privados, para evitar la tragedia colectiva, tal a como nos tienen acostumbrados.
Cuando a un problema no se le pone atención a tiempo, éste crece y se vuelve inmanejable, ante los desafueros que se van incorporando al mismo, desgraciadamente con consecuencias extremas e irreparables.
Hay que examinar el esquema de otros países, en donde es posible realizar todo tipo de encuentros deportivos, sin que nada lamentable llegue a pasar; y toda esa experiencia hay que aplicarla en nuestro medio, con un compromiso serio de todas las partes involucradas. Los desenlaces que a diario registramos, nos señalan que lo que se pone en práctica, o no es suficiente, o es errado.
Los estadios tienen que dejar se ser centros de tragedia, pues la verdad es que ya no lo son de diversión.
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