Se ve, a simple vista, que a Botero le gustaban las gordas. Por eso las regó por todo el mundo, en grabados, pinturas, hojas volantes, estatuas, imágenes, plegables, libros, revistas, murales y bustos. Le gustaban las gordas, y en eso estamos de acuerdo. Pero les mamaba gallo, y en eso no estamos de acuerdo.
Porque las gordas irradian simpatía, ternura, alegría y alborozo. Las flacas, en cambio, -con el debido respeto por mis amigas flacas- demuestran amargura, solemnidad y escasez de buenos platos en la mesa.
Nadie al ver a una gorda puede decir que está aguantando hambre. Y aunque algunas gorditas aseguran que sus kilos de sobrepeso se deben al estrés, la verdad es que nadie les cree semejante cuento.
Las gordas son gordas porque sí, y punto. Hacen dieta, van al gimnasio, aguantan hambre, usan fajas, ensayan bebedizos y cambian de espejo, pero la figura siendo la misma, y Botero lo sabía.
El mundo cambia de modas. Lo que hoy es, mañana puede no serlo. Eso sucede con el gusto de los hombres hacia las mujeres. Por temporadas las flacas se ponen de moda: son refinadas, gastan menos telas en sus vestidos, caminan con más elegancia en su bamboleo. Y los hombres se quedan con la boca abierta. Hablan del huesito del buen gusto, que dizque tienen las flacas. No entiendo muy bien el significado de esa metáfora, pero haya hombres que juran y rejuran que no hay como las flacas.
Botero y yo, en cambio, nunca cambiamos de moda. Pueda que nos salga más costoso vestirlas, pueda que nos salga más costoso alimentarlas, pueda que no nos alcancen los brazos para abrazarles su redondeces, y hasta puede suceder que nos salga alguna hernia por levantarlas, cualquier cosa puede suceder, pero así y todo, bienvenidas sean las gordas, su musculatura, sus pechos atractivos y sus sentaderas que a veces caben y a veces no caben en las sillas.
Lo único malo de algunas de ellas es que no logran superar su estado de amargura por su forma semejante a la circunferencia.
-¿Gordita, usted me quiere?-le pregunta el enamorado a su novia.
Y ella en vez de tomarlo como un dulce piropo, lo asume como una ofensa:
-La próxima vez que me diga gorda, lo saco a madrazos de mi corazón -le responde la desgraciada con voz cercana al llanto.
-¿Bailamos, gordita? -le dice en la fiesta el desconocido a una supuesta pareja.
-Gordita su mamá -le responde la iracunda, bañada en sudor por el clima y la gordura.
Hay esposas que no le perdonan al marido alguna infidelidad, pero no por la infidelidad en sí, sino por haberla cambiado por una gorda.
-Se me va ya de la casa -le dice la mujer – vaya a que lo mantenga esa mondongona.
-¿Ya viene de donde la panzona de su moza? -le pegunta iracunda la mujer al marido que llega tarde.
-¿Andaba con la barrigona de su novia?
En días pasados me encontré con una amiga a la que hacía varios meses no veía. La noté triste, cabizbaja y silenciosa.
-¿Qué te pasa? -le pregunté.
-Me separé de mi esposo.
-No puede ser. ¿Y esa joda?
-Me cambió por una gorda inmunda -me dijo y rompió a llorar.
Hoy he querido mostrar el mundo de las gordas, esos seres dulces pero incomprendidos, tiernos pero objeto de burlas, querendonas pero rechazadas.
Botero, el bravo defensor de las gorditas, se acaba de marchar. Ahora me toca a mí solo, a punta de pluma, asumir su defensa. ¡Por algo la tierra es redonda!
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