Ya el país nacional conoce del cinismo proverbial que caracteriza a los bandidos de las Farc. Después de todo el dolor y la tragedia que han sembrado en estas tierras desangradas, la sociedad colombiana salió a deberles, y, dando aplicación a la clásica “ley del embudo”, como era de esperarse, el lado ancho es para ellos, y el angosto, para todos los demás.
Timochenko y su recua de forajidos son tan despreciables que pretenden hacerle creer al mundo que todo el mal que han causado viene siendo culpa exclusiva del establecimiento y de los ciudadanos. Si hubiesen sido medianamente inteligentes y humildes, reconociendo sus errores y pidiendo perdón con genuino arrepentimiento, otro gallo cantaría. “Es la vanidad y no la guerra la que destruye los ejércitos”, reza un viejo aforismo.
Si los guerrilleros, ahora elevados por Santos al rango de “estadistas”, fueron capaces de masacrar a miles de seres humanos hasta por diversión, cualquier cosa puede esperarse de esas alimañas que hoy posan de políticos pacifistas. Y, como no es tiempo de callar, porque lo que está en juego es la salud de la República, es menester, cada vez que se pueda, restregarle a esa caterva de bellacos irredimibles las verdades que no podrán ocultar ni en 100 años.
Mientras el país conocía de los vejámenes inimaginables que, en el interior de las filas de las Farc, padecieron cientos de menores reclutadas ilegalmente por esa organización criminal, “reputados” políticos, feministas y dirigentes de izquierda hicieron mutis por el foro. No movieron una sola fibra de esos corazones comunistas las desgarradoras y espeluznantes historias de algunas valientes mujeres que se atrevieron a denunciar las violaciones repetidas, los abortos sistemáticos, los maltratos inhumanos y la prostitución infame a la que fueron sometidas por orden de los jefes de las Farc, en los años de militancia obligada, que fueron para ellas una verdadera pesadilla sin fin.
La escoria de alias “Jesús Santrich” tuvo la cachaza de llamar cretino a un periodista que le preguntó acerca de la explotación sexual de menores a manos de las Farc; el escandaloso y peliculero senador Iván Cepeda nada dijo al respecto; Ángela Robledo y Aída Abella, supuestas defensoras de las mujeres oprimidas, se las tiraron de locas para pasar la fiesta encueras; León Valencia y su “minimí” Ariel Ávila, lanzaron una cortina de humo para distraer la atención frente a lo fundamental: una lista amañada sobre los supuestos herederos de parapolíticos que aspiran a una silla en el Congreso el próximo año, y el “genio” del representante a la cámara por el Polo Democrático Alirio Uribe, fungiendo de guardián y filólogo del castellano, hizo del lema de Bogotá una consigna dizque más incluyente, pero, eso sí, calladito frente a un hecho irrefutable: las Farc durante varias décadas usaron como esclavas sexuales a indefensas criaturas, a las que les desgraciaron la vida para siempre.
Mención aparte merece la candidata presidencial Clara López, quien, sin sonrojarse, afirmó que “las mujeres violadas por las Farc tienen que aprender a convivir con sus victimarios”.
Está visto que los únicos degenerados no son los que vestían camuflado y botas de caucho. Al parecer, sus correligionarios, actualmente envalentonados y orgullosos de la causa subversiva, les compiten en maldad. El demonio necesita del súcubo con el que pueda retozar en la inmundicia de sus actos.
La ñapa I: El periodista Ignacio Gómez, acostumbrado a difamar, ha emprendido una campaña de desprestigio contra el abogado Iván Cancino, el periodista Ernesto Yamhure y este servidor. Nuestro “pecado”: habernos atrevido a denunciarlo penalmente a él, a su jefa Cecilia Orozco, y a otros periodistas de Noticias Uno. Si quieren pelea, la tendrán y de la buena, que no es lo mismo.
La ñapa II: La centro derecha cuenta con extraordinarios candidatos a la presidencia, para derrotar al Castro-chavismo: Marta Lucía Ramírez, Germán Vargas, Alejandro Ordóñez e Iván Duque. Ojalá se unan y salven a Colombia.