Me preguntaban en estos días en Caracol Cúcuta, de manera sencilla, qué es la JEP. Es la justicia para la paz. Toda sociedad que ha tenido un conflicto o una guerra, y como consecuencia de ello ha habido desplazados, desaparecidos y muertos, necesita un Tribunal que condene a los responsables y que al menos para sanear las heridas, sepa la verdad de lo que pasó. Esa fue la razón de ser del Tribunal de Núremberg después de la segunda guerra mundial, que ordenó entre otras decisiones buscar por todos los lugares del mundo a los Nazis que mataron 6 millones de judíos en campos de concentración. Algo similar sucedió en 1.983 en Argentina cuando se creó una comisión de la verdad después de los años de dictadura que dio lugar a miles de desaparecidos, comisión presidida por el escritor Ernesto Sábato, que produjo un informe que se denominó “Nunca más”.
Esos Tribunales se crean para que una sociedad que ha sido martirizada por la guerra conozca la verdad de su conflicto, castigue a los responsables, repare a las víctimas, y al menos trate de sanar las heridas, como en alguna ocasión me lo decía en Buenos Aires una de las madres de la Plaza de Mayo a quien acompañé en su recorrido: “ Al menos esto me ayuda a recordar a mi hijo desparecido”, o igual una rusa a quien encontré en alguna ocasión en el cementerio de Montparnasse en París echándole pan a las tumbas, y quien también me decía: “ perdí toda mi familia en la segunda guerra, creo que algunos tan solo están desaparecidos, y aquí en compañía de los muertos alivio mis penas” . Para eso se creó la JEP.
Lo primero que hay que precisar es que constitucionalmente las objeciones de Duque a la JEP es un procedimiento legalmente permitido. Hasta ahí va la ley. Otra cosa es la verdadera intención del presidente al haber presentado las objeciones. De si realmente piensa que se deben hacer algunas modificaciones al Tribunal de paz de Colombia, o en el fondo, como lo cree su amigo Uribe, hay que hacer trizas la ya frágil paz de Colombia.
Y es que la paz en Colombia ha tenido muchos tropiezos. En primer lugar, ya no es nuevo decir que su implementación tuvo muchos errores. Fue mal concebida. En un rápido balance dos años después de su firma se puede decir que la paz ha sido exitosa en algunas zonas del país, y en otras, ha sido un fracaso total. Así, en departamentos como Caldas, el Quindío y Risaralda la desmovilización fue efectiva, y los niveles de violencia bajaron sustancialmente. Allí la paz funcionó. En otras zonas, como el Catatumbo y Nariño, el resultado no solo no ha sido el esperado, sino que paradójicamente antes, cuando estaba la guerrilla, había más paz que ahora aunque suene a herejía. Hoy en día son regiones en guerra. Como lo decía un día el politólogo Ariel Ávila, una campesina que en San Vicente del Caguan le pregunta: “Doctor, cuándo será que regresan por aquí los señores de la guerrilla, porque desde que se fueron esto se ha vuelto muy peligroso”. Ahí va la paz.
Otra cosa es lo que hasta ahora ha hecho la JEP. Sus indelicadezas le han restado toda credibilidad. Se habla, igual que de cualquier otra entidad corrupta, de contrataciones irregulares, de favorecimientos, y la tapa, esa del fiscal Bermeo quien recibe una coima a la entrada de un lujoso hotel es la desvergüenza. Lo que hizo es como si un funcionario corrupto de la alcaldía, mientras se lustra los zapatos en el parque Santander, le llevan la coima, la recibe y cuenta los billetes, ahí públicamente a la vista de todos, mientras le pulen los zapatos. Esa imagen mató a la JEP. Por esas indelicadezas ya mucha gente no cree en ella, y esa es una forma fácil de terminar de hacer trizas la frágil paz de Colombia.