En la librería Luvina del barrio la macarena en Bogotá siempre hay un espacio donde se encuentra cultura, música, conversatorios, intelectuales, y por ahí mirando, llega a mis manos uno de los últimos libros de la escritora española Rosa Montero, “Las Dictadoras”; tema apasionante e impredecible, saber hasta dónde llega el poder y la influencia de una mujer en la vida de un dictador, el que decide en cualquier momento en la vida de una sociedad.
Por ejemplo, en la vida de Stalin se dice que cuando Hitler invade Rusia en 1.941, al dictador ruso entró en una profunda depresión porque se sentía derrotado, se retira a su dacha, estuvo cercano a renunciar al poder por cuanto no soportaba la angustia que le significaba ver la tremenda circunstancia histórica que vivía su país, y en su búnker pasó tres semanas con sus generales sopesando qué hacer, si abandonar o no Moscú.
Los alemanes a pocos kilómetros le recomiendan abandonar la capital, y le pregunta a Valeshka si tenía todo listo, le contesta “Camarada Stalin, Moscú es nuestra madre, Moscú es nuestra ciudad, tenemos que defenderla”. Él se llenó de energía y se quedó defendiendo la capital. Ahí comenzó la derrota de Hitler.
Hitler, misógino por excelencia, es decir, que sentía rechazo hacia la mujeres, en alguna ocasión llegó a decir que ellas, frente a los hombres tienen una técnica “Son primero muy amables para captar la confianza del hombre, luego empiezan a tirar las riendas, y cuando las tienen sólidamente aferradas hacen caminar al hombre como quieren “.
Bueno, por lo visto no sucede aún hoy en día solo en los santanderes, sino también por aquellos años en Alemania. Otra frase del dictador que me llama la atención “En el placer que una mujer siente al embellecerse se mezcla siempre un elemento turbio, algo pérfido: suscitar la envidia de otra mujer exhibiendo una cosa que la otra no posee”.
Eso decía el dictador alemán. Pasemos a la vida de otro dictador, Francisco Franco en España, de quien se decía que era un tipo aburrido, peligrosamente aburrido y gris en todo, incluso en el tema del amor y las mujeres.
Llegaron a circular rumores en España que a raíz de en una herida que recibió en un combate en Marruecos, había quedado impotente, y su única hija, no era de él.
En los años de dictadura, el 12 de octubre de 1.936, Carmen Polo la esposa del dictador, en un acto en la Universidad de Salamanca en el momento en que un general culmina una intervención vociferando “Viva la muerte”, a lo que el rector del centro docente, Miguel de Unamuno le contesta “Viva la vida”.
El militar se abalanza para agredirlo, la esposa del dictador lo detiene agresivamente, y el rector aprovecha para decirle “Venceréis, pero no convenceréis”.
Otra mujer, otro dictador, Clara Petacci, la compañera de Mussolini; el 28 de abril de 1.944 fue capturada con el dictador por los partisanos, estaban abrazados, son conducidos al sitio del fusilamiento en Giulino di Mezzegra, momento en que en que el comunista Walter Audisio le advierte que contra ella no había nada, que podía huir, a lo que ella se rehúsa y prefiere morir fusilada a su lado, y al otro día colgada en la plaza de Milán. Son historias y episodios de mujeres que están al lado de los hombres que tienen las riendas del mundo, que llevara a alguno de ellos, al mismo Napoleón, el emperador, con tantas batallas y guerras a sus espaldas, a decir en alguna ocasión que la única forma de ganarle una guerra a una mujer, era huyendo. Todo esto ha sucedido en la historia, en esa relación poderosa e indescifrable que siempre ha existido entre el poder y las mujeres. Por ejemplo, yo sé de una, esposa de un dictador oscuro y ajeno por completo a los temas del Estado, que por lo menos debería aconsejarle a su compañero, que no vuelva a hacer el ridículo de tratar de bailar en público, algo de lo que tampoco sabe, la “pollera colora”.