Los más viejos recordamos la época en que casi toda la gasolina que se consumía en esta ciudad se compraba en los puestos establecidos por los pimpineros, primero a hurtadillas, pero luego a cielo abierto; lo cual nos hizo famosos en el resto del país. Lo cual ocurrió sin control hasta cuando los expendedores de la gasolina traída de Venezuela en forma irregular fueron controlados y organizados en estructuras legales para el expendio de combustible, lo cual en teoría significaba la erradicación de esta ocupación ilegal.
Pero pasado un tiempo devolvimos la historia y las ventas de gasolina fuera de los expendios legalmente establecidos que, aumentaron en número de forma importante, reaparecieron y las señales que indican el sitio donde se puede comprar gasolina venezolana traída de contrabando a través de las trochas porque los pasos fronterizos siguen cerrados, nuevamente se hicieron a la calle. Por allí mismo llega la carne, enlatados y otros productos elaborados en el vecino país.
El problema está en la legalización que le dan los ciudadanos comunes a estas actividades ilícitas cuando acuden a estos puestos para comprar a precios más favorables, sin que los expendedores paguen los impuestos de ley por esta actividad comercial. Esta es una forma de corrupción que podríamos pensar es hecha en pequeña escala.
Las ligas mayores están en la conducta de los gobernantes. Se hacen elegir gastando grandes sumas de dinero que pronto deben recolectar, desangrando al municipio o el departamento en el caso de alcaldes y gobernadores. Durante su gobierno y como parte de la gestión realizan obras de todos los calibres desde muy pequeñas como pavimentar una cuadra hasta las más grandes llamadas megaproyectos, en una y otra algo le queda al ordenador del gasto la consabida coima de lo cual todos se enteran.
Algún día tendremos gobernantes que trabajen por sus gobernados, sin que estos tengan que darle la bendición para justificarlos con la consigna: que roben, pero que dejen obras. Eso hasta ahora nos ha enfermado mentalmente, nos hace cómplices porque hemos perdido la vergüenza y ayudamos a que la corrupción permanezca entronizada y con el blindaje requerido para que nunca se vaya.
Si se dieron cuenta, salieron a relucir desde el diciembre pasado las caras sonrientes de los aspirantes a alcalde especialmente en Cúcuta y Los Patios, la temporada vacacional se hace propicia para esa apertura de una campaña que todavía de forma oficial no arranca. Este año de elecciones locales es propicio para encontrar a los candidatos primero y luego a los gobernantes que nos muestren un trabajo hecho con la mayor pulcritud y ajeno a las costumbres de quienes los han antecedido.
No hay que descartar ese sueño, tener gente honesta mandando en nuestra ciudad y las del área metropolitana, para hacer desaparecer puestos irregulares de venta de gasolina y por ese mismo sendero solucionar los problemas más sensibles de nuestra querida Cúcuta. No es una utopía.