Me decía mi mamá: “Mijo, pase por el Ley, que ya llegó don Julio, y me trae un paquetico de agujas de coser, de distinto tamaño, pero de ojo grande, y una docena de carretos de hilo blanco, para remendarles los calzones a usted y a su papá. En este mes todo es más barato. Ah, y que le den de ñapa el dedal”.
Yo estudiaba en Pamplona, y cuando iba de vacaciones de mitad de año, debía comprarle los encargos del Ley a mi mamá, en Cúcuta, antes de coger la Peralonso que me llevaría a Sardinata, y después la mula para llegar a Las Mercedes. Cuando no había mula, tocaba a pata. Un día de camino.
Ahora que está empezando julio, recordaba aquellas épocas lejanas, lejanas pero doradas. Decir julio, era decir vacaciones. Un mes. Era volver al pueblo. Era el reencuentro con los amigos de siempre. El río. Las muchachas. Las serenatas. Sacar pecho porque “llegaron los estudiantes”. La alegría. Tirarnos en la grama de la plaza del pueblo, bajo el cielo de los atardeceres, a echar cuentos y recitar versos, y a espiar fantasmas a la medianoche.
Mi mamá también esperaba julio, con mucha devoción y mucha ternura, porque llegaba el hijo, el único, y además le podía hacer encargos, aprovechando mi paso por Cúcuta y las rebajas del Ley, cuando un señor elegante, de sombrero alto, sacoleva y bastón, llegaba anunciando los descuentos del mes.
Hoy, ir al pueblo no produce la misma alegría, aunque sea julio o cualquier otro mes. Ahora hay carretera, hay luz, hay internet, hay celulares, pero hay miedo, hay zozobra. En cualquier recodo del camino, pueden salir hombres armados, con brazaletes distintos de los del Ejército y de la Policía, y la cara cubierta, con no se sabe qué oscuras intenciones.
En estos tiempos, sin una madre que lo espere a uno y que le haga encargos, cuando ya el pueblo no es el mismo, cuando se acabaron las manos de amistad y de cariño, sólo queda recordar aquel hermoso poema de Carlos Castro Saavedra, Camino de la patria, que dice en algunos pedazos que recuerdo:
“Cuando se pueda andar por las aldeas y los pueblos/ sin ángel de la guarda.
Cuando sean más claros los caminos/ y brillen más las vidas que las armas.
Cuando en el campo nazcan amapolas/ y nadie diga que la tierra sangra.
Cuando la espada que usa la justicia,/ aunque desnuda se conserve casta.
Cuando de noche, grupos de fusiles/ no despierten al niño con el habla.
Cuando al mirar la madre no se sienta/ dolor en la mirada y en el alma.
Cuando en lugar de sangre por el campo/ corran caballos, flores sobre el agua.
Sólo en aquella hora/ podrá el hombre decir que tiene patria”.
Si así es la cosa como la ve el poeta – y parece que así es la cosa- podemos decir que nos estamos quedando sin patria. Pero ya viene el 20 de julio. Izaremos la bandera. Cantaremos el Himno. Y escucharemos discursos. Los de siempre. Pero la patria seguirá sangrando.
Por fortuna, para el país y para nosotros los creyentes, también en este mes celebramos la fiesta de la Virgen del Carmen, la que nos enseñó a llevar su escapulario para defendernos del plomo y del acero y de todo lo que nos quiera hacer daño.
Aferrémonos a ella con alma, vida y sombrero, con la seguridad de que no nos dejará abatir. La madre del Carmelo será nuestra protectora, aunque en las escuelas ya ni se rece el avemaría.
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