¡Siempre ha sido!
La corrupción y su prima hermana, la politiquería, son la razón principal por la cual los partidos políticos en general, tanto los tradicionales como los no tradicionales, generan tanto repudio en la opinión pública. Y también es la razón por la cual dos candidatos antisistema, Gustavo Petro y Rodolfo Hernández, pasaron a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2022. ‘Fico’ se quedó en la consulta de los partidos tradicionales, rechazados por los votantes.
En los últimos meses, las encuestas han vuelto a poner la corrupción sobre la mesa, y de primero: el caso de la UNGRD y los billones (ya no son solo miles de millones) perdidos entre carrotanques, coimas, tráfico de influencias y malos manejos, destapados y confesados abiertamente por personas que se proclamaban transparentes en los lemas de sus campañas, encienden la rabia de la gente. La corrupción ha alcanzado un nivel de indignación similar al de la falta de seguridad que prevalece hoy.
La indignación surge por varios principios básicos: "no robar", nos enseñaron en el colegio. Pero cuando esto pasa a ser parte del día a día –como me dijo Antanas Mockus ante la crisis generada por el carrusel de la contratación–, y servidores públicos y contratistas (como los Nule) se enriquecen grotescamente, se vuelve a encender esa chispa de repudio. Esto indigna porque no es parte del concurso diario de la persona de a pie el acceso a esos recursos. Esa ciudadana que trabaja más horas que nadie, según la OCDE, que ha construido su hogar, dado la cuota inicial para una casa, madruga a preparar el desayuno para sus hijos antes del colegio sin ayuda, esas personas que creen que esto es injusto.
Esto, sin pensar (o pensando) que todos esos recursos que van a parar a los bolsillos incorrectos podrían haber mejorado un centro de salud (dotándolo de implementos básicos o de más médicos); o podrían haberse utilizado en la ampliación de un colegio o en el mejoramiento del PAE.
La corrupción es la hija preferida del narcotráfico, lo que hace aún más difícil su erradicación; les abre espacio a nuevas actividades ilícitas de menor riesgo, como el saqueo de las arcas públicas, la minería ilegal de oro, la prostitución esclavizante o la trata de personas.
Pero todo esto ocurre porque los corruptos ensayaron y demostraron que podían salirse con la suya; que, a pesar de las denuncias, la lentitud de la justicia es extraordinaria. Sí, caen los Moreno Díaz, los actores del Fondo Premium, los Sneyder Pinilla, el Cartel de la Toga, el fiscal Anticorrupción: el esfuerzo de la justicia no es en vano, simplemente es insuficiente.
Recordemos que, para bailar, y también para robar, se necesitan dos: “el que paga por pecar y el que peca por la paga”. Sin alguien en el ámbito público o privado que ofrezca una coima, no hay negocio para quien ocupa el cargo. Solo para que nos quede claro (…)
Sin embargo, la acción y el control social son diminutos, en contraste con el enorme esfuerzo del periodismo en descubrir hechos corruptos. ¿Qué debería ser lo primero? Preguntémonos: ¿qué gobiernos en Colombia se consideran absolutamente transparentes? La corrupción comienza con los principios de los gobernantes: ¿han sido diáfanos antes de llegar al poder? ¿De quién se han rodeado que no sea transparente? Sí, la política es dinámica, pero la línea ética no se puede correr, porque caemos en el riesgo de la inundación de la corruptela. Circula en redes sociales un post que dice: “Estamos obligados a dejar un mundo más ético del que encontramos”. Quizás eso lo dice todo, y con esa vara podemos medir a los políticos o podemos medirnos a nosotros, ciudadanos, empresarios, personas públicas.
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