La cosa es muy sencilla: Juan Manuel Santos y la izquierda radical han acordado (haciendo gala de la visión maquiavélica que los define) una estrategia para asegurarse el poder en 2018. A Santos le importa un demonio la paz; lo que añora es derrotar y encarcelar al expresidente Álvaro Uribe, a como dé lugar, y sabe que, imponiendo un gobierno de corte “mamertoide”, su otrora jefe la tendrá muy complicada. Por su parte, las Farc y sus amigos salidos del clóset quieren hacerse al control de la Republica, sin importar lo que haya que acometer, combinando todas las formas de lucha: “disidencias”, dinero en efectivo para comprar conciencias, alianzas políticas de toda índole, y, cuando sea menester, la intimidación del gatillo (han sido capaces incluso de contemporizar con Santos, representante por antonomasia de esa oligarquía que solían abominar y combatir). A Santos y a las Farc los unen el odio inconmensurable que sienten por Uribe y todo lo que él representa.
Pues bien: en desarrollo de ese plan malévolo, el dúo siniestro Santos-Farc ha decidido lanzar a la presidencia a Rodrigo Londoño o Timochenko, con el propósito de que ese sujeto arrastre el negativo de la izquierda, lavando de paso la imagen de otros candidatos, que sí son en realidad los “caballos” a los que apuestan y que, de seguro, de coronar la meta, instaurarán el gobierno de transición con el que tanto sueña la izquierda radical, para arrasar con todo (algo así como el Caldera de Venezuela). Timochenko es un parapeto para ocultar las verdaderas intenciones de Santos y la guerrilla, la mampara detrás de la que se esconden los ungidos por el régimen y la subversión: Humberto De la Calle y Sergio Fajardo.
Tanto De la Calle como Fajardo han manifestado en privado y públicamente sus veleidades por las ideas revolucionarias, y las Farc los ven con buenos ojos, entre otras cosas, porque el exvicepresidente de Samper les entregó, en el espurio acuerdo de La Habana, el oro y el moro, en detrimento de la democracia y la institucionalidad. En cuanto a Fajardo, saben que un “culebrero play”, sin criterio e improvisado como el que más, será presa fácil de manipular. No descarto que sean fórmula este par, y, así, tanto Santos como las Farc estarán felices y se regodearan en su miseria.
Aunque hay otros candidatos de izquierda, como Clara López, Gustavo Petro y Claudia López, ciertamente se mimetizan mejor posando de demócratas De la Calle y Fajardo, lo que por supuesto ayuda, en mayor medida, a la consolidación del protervo plan al que he hecho referencia. De cualquier manera, la candidatura de Timochenko busca favorecer a los aspirantes de izquierda, quitándoles de encima el peso de ser, de alguna manera, los representantes de la organización más cruel y despiadada de la que tenga memoria nuestra patria.
Mientras la izquierda se organiza y prepara innumerables planes por ejecutar, secundada por Santos y empleando una táctica milimétrica, la centro derecha pierde el tiempo divagando y atacándose sin razón, igual que la farragosa oposición venezolana.
La coyuntura que acaece requiere deponer orgullos, vanidades e intereses. Señores líderes de la oposición, pónganse de acuerdo, antes de que sea demasiado tarde y la peor plaga de todas, el comunismo, llegue para quedarse.
La ñapa I: Ya es hora de que la ley caiga sobre el impune Luis Guillermo Vélez. Celebro la investigación de la Procuraduría contra el cuestionado funcionario. Con el escándalo de Interbolsa, da para sancionarlo de por vida.
La ñapa II: Da grima escuchar a los medios tradicionales hablando de noticias falsas, cuando, a lo largo de 50 años, no han hecho nada distinto de maquillar la verdad, para beneficiar los intereses económicos que representan.
La ñapa III: Prada no solo es de Santos; es de Fajardo: basta revisar las cuotas burocráticas en el gobierno, para saber que entre Santos, Prada y Fajardo hay una manguala corrupta que apesta.