Mi cita con el tiempo me sugiere, siempre, un pensamiento renovador que me ayude a finalizar la historia de mi vida, con la confianza depositada en la memoria, para concluir tantas cosas pendientes.
A veces -el tiempo- me da la ventaja de evaluar mi consciencia y saberme útil, tal vez cuando escucho un piano lento, escribo una melancolía de esas que me gustan, o leo con pasión a mis maestros.
Del murmullo enigmático y la majestuosa soledad de la mañana, recurro a la reflexión para hallar una solución a mí vacío y una señal inteligente para reconfortarme de la congoja de saberme ignorante.
La opción es estudiar más y continuar con el rastreo de la verdad que sólo los antiguos clásicos heredaron de la magia del Oriente Próximo, para sembrarla de filosofía en una copa blanca de ambrosía.
O sentir la inspiración de los músicos geniales, al convertir su sensibilidad en canciones de sol y de luna, con voces de cristal que se meten en el alma y esa nostalgia buena que se vuelve sabiduría.
Con la disciplina de Kant para defender con la razón sus juicios ideales, o la insistencia de Euclides para reclamar la soberanía de su espacio geométrico, asumo el compromiso de superar mi escasez…nuevamente.
Cada año me prometo más silencio, esencia literaria, contundencia íntima, libertad y una lejanía de mar que me llama con su flauta de vientos. Y aunque ahí voy -mejor-, sigo siendo sólo un frágil humano…
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