El Cementerio Central tiene algo más de 135 años que como bien lo indica una nota de presentación: “Es un museo abierto de Cúcuta”, es patrimonio histórico de la ciudad. Lo cierto es que este cementerio y Jardines La Esperanza y Los Olivos llegaron a su límite. Cúcuta está al borde de una crisis sanitaria. En momentos de pandemia algunas paredes que cayeron del cementerio Central alcanzaron a mostrar su estado real en el que por el deterioro normal del paso de los años, así como la inexistencia de una política de cuidado de parte de la alcaldía – en la planta de personal de la entidad apenas figuran un administrador y un sepulturero -, como aparece en el fondo de un video que hizo Carlos Coronel, se ven bolsas, bóvedas destruidas sin ninguna prevención sanitaria.
En la biblioteca de cualquier casa debería estar siempre el libro La Ciudad Antigua de Fustel de Coulanges, y ya en sus primeros capítulos muestra como el origen hasta del mismo Imperio Romano, de las civilizaciones, su nacimiento fue el culto a los muertos. En Roma existía la costumbre de enterrar a los muertos en los solares de sus casas. Siempre colocaban un fuego, una luz permanente donde había un muerto. Era un culto. En 100 años de Soledad también existe una hermosa referencia a ese culto a los muertos, cuando José Arcadio Buendía tratando de convencer a Úrsula de salir de Macondo porque estaba rodeada de agua, ante la negativa de la mujer pensó que le ganaría la discusión a su marido al decirle: “No nos iremos, aquí hemos tenido un hijo”, pero la respuesta de José Arcadio fue magistral: “Uno no es de ninguna parte hasta tanto no tenga un muerto debajo de la tierra”.
Los muertos eran respetados. Ahora no, lo que hacemos es deshonrarlos en un momento en que deberían es estar descansando en paz. La Organización la Esperanza, frente a esa realidad en la que los cementerios de la ciudad llegaron a un límite, en vez de enfrentar esa situación con entereza y ética, respetando a quien acaba de fallecer y a una familia con su dolor, ha intentado tratar de manipular la ley y frente a quienes habían comprado lotes para asegurar la última morada de sus familiares, se inventaron que supuestamente existe una ley que dispone que las personas muertas por coronavirus no pueden ser enterrados en sus propias bóvedas y ahí aparece el negocio, el irrespeto por el culto a los muertos, lo vulgar, y es obligar a los deudos a que tienen necesariamente que comprar un cenizario cuyo costo es cercano a los 12 millones de pesos.
En definitiva es cierta aquella frase que aparece en algún libro de Nietzsche: “La ventana de la habitación de toda persona debería dar a un cementerio, para nunca perder las prioridades en la vida”. ¿Será que quienes trabajan en la Organización la Esperanza han comprado alguna bóveda como forma de garantizar sus propias exequias y hasta su honra cuando mueran, o acaso desde ya están dispuestos a aceptar que frente a sus propias cenizas se haga cualquier maloliente negocio? De ser así que mal paso por este mundo. Nunca entendieron algunos conceptos de vida mínimos, como la ética, el respeto, que si hubieren leído en algo la Ciudad Antigua o lo que escribió Gabo, no estarían incurriendo en este despropósito.
A los muertos hay que respetarlos y sobre esa idea nació el Imperio Romano. Por ello, hace algunos años estaba en el cementerio de París de Montparnasse, visitando la tumba de Cortázar, Sartre y Simonne de Beauvoir, y en ese momento pasó una mujer rusa depositando pan en las tumbas. Le pregunté que por qué lo hacía: “Perdí toda mi familia, padres e hijos en la segunda Guerra Mundial. Lo único que me reconcilia con la vida es visitar diariamente, alimentar y hablar con los muertos”. Por ello, a los muertos hay que respetarlos.