Está mejorando el paisaje urbano en el centro de la ciudad y las zonas aledañas por cuenta de la recuperación de las calles gracias a que algunas están siendo repavimentadas y en otras se adelantan labores de parcheo, lo cual obviamente genera inconvenientes de movilidad por el cierre de vías y el taponamiento del tráfico.
Esto fue lo que me hizo notar alguien recién llegado a la ciudad al observar el abundante número de fuentes de trabajo desarrollando esta labor que, en fecha tardía se propuso el alcalde, justo cuando está en la recta final su mandato y se acelera el gasto de los dineros disponibles en el presupuesto a través de los contratos para estas obras.
Pero en las calles no todo es color de rosa.
Si alguien intenta hacer una encuesta ligera para conocer quienes están solicitando ayudas, en cualquier sitio de la ciudad, podrá advertir con facilidad el número creciente de personas que abordan a transeúntes, clientes de restaurantes o conductores de vehículos para pedir auxilios económicos con variados discursos que dan cuenta de la necesidad por la que están pasando estas personas y sus familias.
Son muchos, demasiados, como suele decirse aquí en Cúcuta para significar que el número es grande.
La mayoría de estas personas ahora son migrantes venezolanos asentados en la ciudad o quienes están de paso; los cuales se han sumado a los mendigos que desde hace rato tenían su nicho callejero.
En los barrios periféricos también se advierte el desfile de personas mendigando, las peticiones son de todo tipo porque algunos son específicos en las ayudas que solicitan y van desde dinero, comida, hospedaje hasta ropa y trabajo.
En muchos casos los niños muy pequeños son puestos como escudos para despertar la conmiseración y los mayorcitos se ocupan de pedir y convencer a los potenciales donantes, sin dejar de lado los artistas de los semáforos.
Hemos de afirmar sin temor a equívocos que Cúcuta tiene un aumento notorio en la población flotante, pero estos están sin trabajo y se dedican a la mendicidad, incurriendo incluso en la explotación de menores de edad.
La solución a esta situación social no es fácil.
Las autoridades deben actuar, porque a la par de estas actividades también se puede alterar la seguridad de los ciudadanos.
El ICBF debe censar y encargarse de los menores de edad que están en las calles bien sea trabajando o están siendo usados para generar compasión, sus derechos están siendo vulnerados, no importa si son colombianos o extranjeros.
¿Y qué puede hacer la ciudadanía? ¿Negarse a dar dinero o ayudas en especies, como ya alguien lo ha propuesto? No es fácil obtener una solución, no tanto porque los pedigüeños le den un mal aspecto a la ciudad, sino porque realmente tienen necesidades no satisfechas y tienen pocas esperanzas de que las cosas cambien en el país de donde proceden.
jorgepabonl@yahoo.com