Observando la muy activa campaña de Gustavo Petro, con el paso de los días entiendo mejor que esta tiene un solo centro: él, un caudillo solo en la tribuna embebido en un discurso largo, con aire pedagógico, dirigido a grandes multitudes. En esa circunstancia se expresa el alma de su proyecto, una unión sin intermediarios entre el caudillo mesiánico, solo en una tribuna, y una base social heterogénea pero representativa del país, que no lo cuestiona; en él ha depositado su confianza. Lo sigue porque es el jefe, su jefe, y lo hace con fe de carbonero en que de sus manos milagrosas llegará “el cambio”, indefinible e inasible pero reclamado a voz en cuello.
El suyo es un discurso “de inspiración” pronunciado por el caudillo en un clímax oratorio generado por su contacto con una ciudadanía variopinta que no reclama ser convencida sino entusiasmada, movilizada por el nuevo Mesías. Un discurso de ocasión, circunstancial pero efectista de acuerdo con el tema del día en las redes o temático si es ante un público especializado. Un discurso con aire de manifiesto para la historia, estructurado y adornado con toques eruditos, fuerte en la denuncia y con formulaciones de impacto pero finalmente etéreas, que dispara un poco para todas partes, de manera tal que “hay para todos los gustos”.
Son globos temáticos que impactan porque relumbran pero “no suman”, no totalizan; plenos de generalidades que de entrada pueden atraer pero que al pretender integrarlos, literalmente se escapan por entre los dedos pero con su especificidad y su redondez aparente, logran darle a cada cual lo que quiere oír. Se trata indudablemente una estrategia de comunicación sofisticada para conseguir votos pero no para gobernar. No constituye una carta de navegación, pero que importa, es una red atrapa votos; después se verá que se hace ante un verdadero tsunami de solicitudes, demandas y compromisos nacidos de una campaña atrapa todo.
Petro por un lado y la sombra de Uribe por el otro; mantienen la política del país y el estado de ánimo de muchos colombianos enredados en la maraña de la vieja y superada guerra fría, que ya ni en la barbarie ucraniana tiene vigencia, de los que pregonan una supuesta amenaza comunista vestida de castrochavismo encarnada en Petro, bandera del muy debilitado uribismo. Y desde la otra orilla de una polarización vuelta exótica, se denuncia un capitalismo salvaje, corrupto y asesino encarnado este en Álvaro Uribe.
Un anacronismo más de los que se han dado a lo largo de la historia del país “de la penúltima moda” pero que ha empobrecido la política en un momento en que Colombia necesita una política nueva, moderna y abierta a un mundo de crisis y de cambios, de dolor pero también de esperanza, en momentos en que nuestra realidad nacional está corroída por la crisis de credibilidad, y crecientemente de legitimidad, de la política y de la dirigencia, asediada por el narcotráfico y una corrupción variopinta: contrabando, contratación pública, apropiación de rentas y bienes públicos, que deslegitima al Estado y prostituye a la dirigencia.
Y en el horizonte aparece la última y más terrible amenaza, a saber, que esta gran criminalidad, llamada Clan del Golfo, Disidencias de las FARC, La Cordillera, paracos o simplemente corruptos y hasta asesinos a secas, coopte el debate y los espacios políticos, y que la mencionada polarización de tiempos de la guerra fría, nos impida ver y comprender ese que es el hoy el tema de fondo.