Se acabó la Fiesta. La Fiesta de los libros. Otra vez volveremos a la rutina de siempre, a los mismos oficios, a las mismas habladurías, a hablar mal del prójimo, a buscarle las caídas a Petro, a quejarnos del clima y a hacer cábalas sobre los candidatos, que la están quemando toda para llegar a las elecciones de octubre.
Durante algún tiempo no hablaremos de publicaciones, ni de conferencias, ni de libros, ni de versos, ni de cuentos, ni de novelas. Los grandes autores descansarán del manoseo, y los pequeños añorarán el manoseo.
Pasé ayer lunes por la biblioteca Julio Pérez Ferrero y se me iba arrugando el corazón. Obreros desmontando los puestos de ventas de libros, señoras empacando los libros que no se vendieron, músicos recogiendo instrumentos y equipos, contratistas desarmando carpas y tarimas, y el patio llenándose de soledad.
Se acabó la Fiesta y sólo el mango, verde y frondoso, sigue ofreciendo sombra y pájaros y mangos. Los libros vuelven a sus estantes, pero desde allí siguen a la espera de lectores, de manos amigas, de mentes ávidas de lecturas, mientras pasa un año y en septiembre del año entrante volveremos a vernos con más bulla y más gente y más libros. Parodiando el título del libro póstumo de García Márquez, hoy decimos con algo de nostalgia y esperanza: En septiembre nos vemos.
Por el lado mío, me queda la inmensa satisfacción de haber presentado en la Fiesta un nuevo libro, lleno de amor por Cúcuta, POSTALES CUCUTEÑAS, de poemas cortos, como mensajes de cariño y admiración por la ciudad de mis afectos.
Se acostumbraba, el otro día, enviar postales como tarjetas, a los amigos lejanos, postales que se guardaban con orgullo y con cariño en el baúl de los recuerdos. Esa es la idea con este libro, en el que se adorna cada poema con una fotografía, a full color, del respectivo lugar. Es un libro para coleccionar, si se quiere, pero su finalidad es incentivar el amor por Cúcuta, que tiene cosas hermosas y que a veces ni siquiera nos detenemos a contemplarlas.
Es un libro para obsequiarle al amigo que vive fuera de Cúcuta, a la amiga que está en el exterior, al fulanito o fulanita que no tiene ni idea de las bellezas que alberga nuestra ciudad.
Los poemas son cortos, sencillos, alegres, con cierta ironía algunos, con algo de irreverencia otros, pero todos, todos, con un gran sentimiento de cucuteñismo, elevado a su máxima potencia.
Para la muestra unos botones:
“Cuando yo digo Cúcuta/el camino se hace menos empinado/ y el sol menos fuerte.
Son lejanas las lágrimas/y tus manos vuelven a apretarme.
Cuando yo digo Cúcuta/el mundo se estremece en tu recuerdo”.
Sobre la catedral de san José:
“Aquí todo es silencio/y cuchicheo de oraciones/.
(A Dios le gusta que le hablen en voz baja). /
Afuera, el mundo es una confusión de gritos: /
El que vende aguacates, / la mamá con tres niños, /
El ciego/ y el que ofrece la suerte/.
Entonces uno no sabe dónde está Cristo:/Si en la cruz o en la calle”
Del paisaje cucuteño:
“Un sol que se camufla de verde/ entre los árboles/.
Un azul que se derrite/cielo abajo/,
Un pueblo que sube a gatas por las lomas/,
Una flecha que se volvió leyenda/,
Y un escuálido río/ que no puede faltar en las postales. /
¡Ah, y mucha gente buena.”
El prologuista del libro, Said Llaín Manzano, dice:
“Esta ciudad es mucho más que calles y edificios. Es una sinfonía de la vida cotidiana, una danza de contrastes, y un poema escrito en las voces de su gente”.
gusgomar@hotmail.com