El provincialismo, esa mirada aislada, medio autista, que hace que Colombia solo viva de “impresiones internas”, sin referente con el resto del mundo, es un sino del centralismo nacional.
Por eso en los foros internacionales observamos “extrañados” que la gente no piensa como nosotros y no alcanzamos a entender porque viven tan equivocados.
El último impacto vino del voto negativo de Panamá en la reunión de la OEA para pedir reunión de cancilleres, a raíz del cierre fronterizo decretado por Venezuela y la posterior expulsión de colombianos, solicitada por el país. Colombia impresionada, y desmemoriada, se pregunta qué pasó, olvidando que hace unos meses de manera unilateral Colombia decretó paraíso fiscal a Panamá y cuando ésta nación protestó oímos por la radio al entonces director de la DIAN, funcionarios que compiten por cual está más dispuesto a “alinear” los ciudadanos, en tono enérgico diciendo que irían hasta las últimas consecuencias porque se debía defender la “moral” fiscal mundial. Dar clases de moral es otro sino centralista; tal vez pueden ofrecer tanta moral porque la tienen doble. Con Panamá éramos nosotros los unilaterales contra uno más chiquito y nos envalentonamos. ¿Y después preguntamos, por qué no nos apoyó?
Otra aberración, que se vio en el fallo de La Haya sobre San Andrés, es creer que nuestro derecho “vivo”, es decir ajustable según circunstancias, aplica en el resto del mundo.
Es una variante de que el mundo es una extensión de Colombia. La noche anterior al fallo de La Haya, nuestros analistas centralistas en la hora 20 de Caracol, encabezados por Noemí Sanín sostenían que si la corte internacional fallaba en derecho, Colombia no perdería un ápice de mar o tierra. Pero la sorpresa fue mayúscula cuando el fallo fue adverso y nos inventamos la fábula de la juez china comprada, que es una variante de la posición moralista, donde endilgamos al otro nuestros procederes.
Pero eso sí nuestros medios de comunicación registran cuanta frase dicen nuestros dirigentes, como el ministro Cárdenas que ha dicho muchas veces que el mundo está impresionado con la economía colombiana, o cuando dicen que Peñaloza es un monstruo internacional de la planeación urbana porque aplicó de forma más bien malita el sistema “bus rapid transit” llamado transmilenio y creemos que él lo inventó, o cuando entrevistan doctos juristas con tesis “novedosas” sobre como se le puede sacar el quite al derecho internacional humanitario (DIH) en aras de la paz.
Hablamos solo entre nosotros. En los noticieros la cobertura internacional es de tres minutos antes de la media hora de farándula y todavía nos sorprendemos por no saber cómo piensan. Lo grave es que nos volvimos mitómanos, nos creemos las mentiras autistas internas y solo nos despertamos cuando vemos que el mundo piensa distinto a nosotros.
Nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores es fortín burocrático y según la lógica colombiana no importa quién sea el embajador, ni que este como los demás del resto del mundo monitoreen e informen las características del otro país, pues solo nos interesa la opinión internacional interna. Ahora no podemos ir a Unasur ni a Naciones Unidas porque no sabemos que “absurdo” piense el resto del mundo y nuestra “verdad” puede ser nuevamente ofendida.
Y eso que sucede de mundo a Nación, pasa también de centro a periferia en lo interno, pues los funcionarios nacionales se impresionan cuando localmente la realidad se ve distinta, y por eso, optan por seguir instrucciones centralistas.
Yo con yo genera adicción y nos aísla del mundo real, donde no se aplica la moral, sino la ley internacional sin interpretación viva. Platón hace ya un número apreciable de siglos mostró que pasa cuando uno ve la realidad desde una caverna. La visión provinciana es lo opuesto a la visión cosmopolita, que parece que el resto del mundo prefiere.