El economista Antonio Vásquez Barquero anotó hace unos años que: “Durante el siglo XIX la población antioqueña tuvo una alta tasa de crecimiento que asociada a la inversión y explotación minera, los procesos de colonización del sur, la distribución de la propiedad territorial más amplia que en otras regiones del país, el grado significativo de movilidad social, el intercambio comercial y el alto ingreso de las exportaciones, hicieron posible la consolidación del proceso económico y social, crearon condiciones favorables para el establecimiento de algunas industrias y facilitaron el ascenso de los políticos antioqueños a los poderes nacionales”.
En la segunda mitad del siglo XX, la región se vio afectada por movimientos guerrilleros y narcotraficantes que libraron sus propias guerras en Medellín y en el país. Esto afectó tan profundamente a la capital antioqueña que el mundo la reconoció como la ciudad más violenta del orbe. Pero, la sociedad paisa decidió reinventarse para enfrentar con creatividad y arte los desafíos que se le plantearon y hoy, Medellín es un ejemplo digno de mostrar.
Guardadas las proporciones, el terremoto de Cúcuta de 1875, marcó para la ciudad un antes y un después. La generación que se levantaba adelantó unas importantes acciones que llevaron a que Cúcuta mostrara grandes avances socioeconómicos que le permitieron asomarse a los primeros lugares del país en varios campos. Pero, hacia mediados del siglo pasado, con algunos espacios de excepción, la región perdió su rumbo.
Hace poco más dos años, Cúcuta tenía un panorama sombrío. Recuerdo que en un estudio prospectivo que hicimos varios “afiebrados” al “deporte” de analizar los temas de la ciudad, concluimos después de una extensa sesión que: “Nuestros habitantes no tienen una buena educación. La gente no tiene cultura política. Perdió la fe en el futuro. La ciudad no tiene rumbo. La sociedad no tiene normas. Las que existen, no se cumplen. Estamos en un estancamiento peligroso con tendencia a la baja. No se cuenta con verdaderos proyectos, no se ven las obras que requiere. Falta unión de las gentes. Cúcuta está en manos de una mafia corrupta”.
Estos resultados nos llevaron a hacer un ejercicio académico para concebir una ciudad con diferentes lineamientos y propósitos de política, que apuntaran al mejoramiento de las condiciones sociales y económicas. Un cambio radical con elementos estratégicos de largo plazo y de tipo social como combatir la corrupción, la politiquería, la impunidad, la violencia, la apatía y la desconfianza, adoptar la transparencia en la gestión pública y plantear la defensa de la dignidad en la política.
Con la mente puesta en la meta de cambiar la perniciosa tendencia y con estrategias de un camino alternativo para llegar al poder, se definió un candidato que pudo ganar las elecciones del 27 de octubre de 2019 y sobre esas pautas se impulsó un plan de desarrollo construido con muchas manos y cabezas, para alimentar la esperanza de un futuro mejor para Cúcuta.
En él fueron pilares fundamentales la educación integral y la cultura ciudadana, el respeto y la decencia, la convivencia y la paz, los principios y valores, la planeación estratégica, el cuidado del medio ambiente, la competitividad, el impulso del valor agregado regional, la priorización de los recursos para la inversión social y la transparencia en el manejo de los dineros públicos.
En enero del 2020, el gobierno municipal arrancó despacio, con paso firme, pero al poco tiempo se presentaron la desgracia de la pandemia mundial y los excesos de los viudos del poder que se encapricharon en torpedearlo todo. Venciendo los obstáculos, el tren del cambio ha seguido su marcha, en la búsqueda de unos ideales comunes para tener una mejor ciudad. Pronto vendrán las grandes obras. Pero tenemos que sostener la transformación. La defensa de Cúcuta debe ser la bandera de los conciudadanos. No podemos ser inferiores a este reto que nos presenta la historia. Es nuestra responsabilidad.