Me dio mucho pesar cuando vi el estado de abandono en que se encuentra el reloj de sombra (o de sol), que alguna vez instalaron los masones, por los lados de la zona Franca de Cúcuta. No sé a quién le corresponde su mantenimiento, pero da grima contemplar lo que antes fue un reloj sin agujas, un monumento al tiempo, a la eternidad.
Pasé por allí para incluirlo en mi libro de poemas a Cúcuta (Postales cucuteñas), convencido, como dice el poema, de que “el tiempo no existe. Es una ilusión en nuestras manos”. Tuve que acudir a una foto antigua, para tener al menos un recuerdo de aquel reloj, en que una sombra señalaba la hora exacta.
Pueda ser que a algún vecino, o a algún masón, se le ablande el corazón y le dé una manita al reloj de sol para volverlo de sombra. Y para que siga siendo un atractivo para visitantes, nativos y curiosos.
Como todo nos llega tarde hasta la muerte, según Julio Flórez, a Las Mercedes los relojes también llegaron tarde. Para saber si ya era hora de salir de clases, la maestra mandaba a un alumno a que se parara al sol. Con la sombra proyectada, adivinaba la hora aproximadamente. El problema se presentaba en los días de lluvia, en que el sol no aparecía por ninguna parte. La maestra, entonces, acudía al método más infalible: “¿Ya tienen hambre?”, nos preguntaba. Y como el estómago no miente, la profe nos daba la salida, guiada sólo por los bostezos de sus alumnos.
En casi todas las iglesias hay un reloj en lo alto de la torre, al lado de las campanas y las palomas. Menos en la catedral de Cúcuta y en la iglesia de Las Mercedes. Las limosnas no alcanzaron para comprar reloj. En mi niñez de pueblo, las campanas anunciaban el ángelus, todas las tardes. Serafín Bonilla, sacristán, cantor, campanero, aseador y monaguillo mayor, tocaba las campanas anunciando aquello de “El ángel del Señor anunció a María…” Los muchachos sabíamos entonces que eran las seis de la tarde, hora de empezar los juegos en la calle (la vieja Inés, el puente está quebrado, la lleva), y luego a escuchar los cuentos de miedos y fantasmas que contaban los abuelos.
En Cúcuta se nos están acabando los relojes públicos. El otro día, en la Torre del reloj, donde hoy queda la Secretaría de Cultura Departamental, el reloj era de música. A determinadas horas del día, el Himno nacional de Colombia se regaba por los aires de la ciudad, provenientes de aquel reloj.
Pero se le acabaron las pilas, o se le trabó el engranaje, o se le rompió la cuerda. O se embolató el presupuesto de su mantenimiento. Algo pasó, pero ahora no suenan las melodías de patria que hicieron tan famoso a aquel reloj, traído de Italia, según dicen. De aquellas tonadas yo digo en el libro ya citado, POSTALES CUCUTEÑAS:
“El tiempo se detuvo en sus agujas oxidadas
y ya no se escuchan canciones de patria
(los hombres se quitaban el sombrero,
las colegialas miraban a lo alto
y los loritos arroceros buscaban otros aires).
La torre blanca
es un poema
con campanadas de nostalgia.”
Se acabó otro reloj, que no era reloj propiamente, sino una sirena, cuyo aullido lastimero se regaba por toda la ciudad. La sirena de bomberos, la llamaban. Y formaba parte del patrimonio del medio día cucuteño.
-¿Ya son las 12? -preguntaba la gente. Y otra gente contestaba:
-Todavía no. Aún no ha sonado la sirena de los bomberos.
Gracias por valorar La Opinión Digital. Suscríbete y disfruta de todos los contenidos y beneficios en https://bit.ly/SuscripcionesLaOpinion