País morboso: se relamió antes con el proceso de la Corte Suprema de Justicia contra Uribe, a quien detesta. Ahora el turno le tocó a la Policía.
Primero: en Minneapolis, el 25 de mayo de 2020, el negro George Floyd pretendió pagar una cajetilla de cigarrillos con un billete de 20 dólares falsos; el joven empleado que lo atendió avisó a la Policía y reportó que el cliente parecía borracho, fuera de sí, y le pidió que devolviera los cigarrillos. Requerido por los oficiales el hombre de color se resistió a hacer esposado. Estos episodios previos al procedimiento del oficial que doblegó al infractor poniéndole la rodilla en el cuello no fueron revelados por los medios de comunicación. Les interesaba más presentar la parte trágica sin conexión con el preámbulo, pues el objetivo era desprestigiar a la Policía. La población afrodescendiente se enfureció y arremetió contra todo lo que encontró a su paso. Abatieron estatuas de próceres, atacaron edificios públicos, saquearon comercios y produjeron incendios en varias ciudades.
Quisieron arrinconar al gobierno, pero el presidente Trump, conocido por su intrepidez, no se dejó amedrantar. Todo parece orquestado porque también en estos días en Popayán los indígenas derribaron la estatua de uno de los más famosos conquistadores, Sebastián de Belalcázar. La presidenta del Movimiento Alternativo Indígena y Social (Mais), Martha Peralta, reivindicó la iconoclastia.
Segundo: el 9 de septiembre último, en las horas de la noche, vecinos del conjunto residencial Villa Luz de Bogotá llamaron a la Policía para que interviniera en los escándalos, agresiones y amenazas que desde la cinco de la tarde protagonizaba uno de los residentes, Javier Ordóñez. El hombre bebía desde temprano y según revelaron después los mismos vecinos en las redes sociales, era conocido por su conducta violenta de la que no se escapaba su propia mujer. Taxista de profesión, cursaba a saltos la carrera de Derecho (aunque la prensa lo graduó de abogado).
Al presentarse la Policía, se abalanzó sobre un agente, lo golpeó en la cara y en la espalda. A los dos patrulleros jóvenes que lo abordaron, débiles frente al corpulento y forzudo señor Ordóñez, les dio gran dificultad dominarlo. En el CAI del barrio, el mismo Ordóñez siguió enardecido y se golpeaba contra las paredes. Estos detalles los ocultaron los medios, pero no las redes sociales. Como en el caso del señor Floyd, convenía mostrar y repetir la escena de los policías descargándole choques eléctricos con la pistola de dotación en desarrollo de la lucha. Ordóñez fue levantado y metido a la fuerza en el carro policial.
Con el pretexto de la muerte del taxista, sociópatas encapuchados y organizados incendiaron, destrozaron CAIs, apuñalearon a un patrullera, asesinaron a una cocinera y a 16 ciudadanos más, acorralaron a la Policía y pusieron contra las cuerdas al Gobierno Nacional.
Esto de querer arrasar con la cultura judeocristiana y occidental y con las instituciones demoliberales y sus autoridades para que reine solamente una ideología impuesta por una minoría a la mayoría a través del caos, es de verdad inquietante. Sobre todo, por la carga de odio, mala fe y resentimiento que se aprecia.
¡Y quién lo creyera: la Corte Suprema ordenó que la Policía, en adelante, debe acompañar las manifestaciones públicas contra el Gobierno, desarmada!
Es hora de preguntarse: ¿no está llena Colombia de enfermos de mente y de conciencia?
Y pese a los errores de algunos de sus miles de integrantes, por encima están el respeto y el honor que merece nuestra Policía Nacional.