Ahora que, por un dolor en el pecho –angina dicen los que saben-, me ha tocado estar alejado del mundanal ruido, he tenido tiempo de leer y releer poesía, de la buena y de la mala. Dentro de la primera, me volví a topar con “Poema con una salvedad”, de Eduardo Carranza, poeta colombiano, del movimiento Piedra y Cielo, y padre de la poetisa María Mercedes Carranza, que fuera directora de la Casa de Poesía Silva.
El poema es hermoso. Dice que todo está bien, el verde, el aire, el cielo, el agua, el viento de la patria en la bandera, para terminar con que “salvo mi corazón, todo está bien”.
Qué buena aquella época en que todo estaba bien. Yo también viví tiempos en que todo, incluso el corazón, estaba bien. Mi infancia, en un pueblo sin luz, sin carretera, sin televisor, sin celular, fue una infancia feliz. Un trompo, un caballito de palo y una pizarra eran suficientes para vivir la mejor vida. Aprendimos a leer bien, a respetar a los mayores, a tener fe en Dios y a obedecer a los papás y a la maestra.
Cuando nos alargaron el pantalón y empezó a salir el bozo y comenzamos a fijarnos en las muchachas, el corazón empezó a no estar bien. Con la primera novia y el primer beso y las primeras caricias, el corazón comenzó a sufrir, y de ahí en adelante ya nunca más estuvo bien.
Pero lo de ahora es otro cuento. Si viviera Carranza, tendría que cambiar su soneto, porque ahora nada está bien. Guerras, hambrunas, miseria, cambio climático, corrupción a todo nivel, narcotráfico mundial y regional, dictaduras consumadas y otras que comienzan, en fin, el mundo es otro. Por eso decimos algunos, aunque suene a pesimismo, que todo tiempo pasado fue mejor.
Alguna vez en la escuela apareció un muchacho sangripesado, que les quitaba las loncheras a los más pequeños para comerse la mandarina y el bocadillo y la aguamielita. Los pequeñines nada decían porque los tenía amenazados. Pero un día lo descubrieron. Entre todos le dimos una solfa y lo íbamos dejando inservible. El muchacho tuvo que perderse de la escuela. Nunca más volvimos a saber de él. Si el caso sucediera hoy, seguro que lo premiaban y lo sacarían a izar bandera. Porque así estamos: los buenos son perseguidos y los malos son premiados.
En el Centro Literario de la Normal donde estudié, recitábamos versos y leíamos cuentos. Alguien declamó alguna vez este Soneto con una salvedad, y se llevó los aplausos. Desde entonces me hice amigo de la poesía de Carranza.
Con la angina que les cuento, que me dio la semana pasada, supe que nada estaba bien, ni el corazón, ni los tiempos, ni la patria. Y me da terronera porque dicen que vendrán tiempos aciagos. Como yo soy rezandero, le pido a la Virgen del Agarradero que nos agarre bien fuerte, para poder decir con el maestro Eduardo que, salvo esta angina, todo lo demás está bien.
Y como, gracias a mi mamá, soy amigo de la poesía, creo firmemente en lo que dijo alguien, que la poesía salvará al mundo. Dios y la poesía, por supuesto, porque la poesía y las mujeres son la mejor obra de Dios. Cometo un pleonasmo, porque mujer y poesía son la misma cosa. Ya lo dijo García Lorca: “Poesía eres tú”.
No resisto la tentación de copiar el último terceto: “Bien sea que se viva o que se muera/ el sol, la luna, la creación entera/ salvo mi corazón, todo está bien”.
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