Los colombianos hemos sufrido las consecuencias de Pablo Escobar, un criminal que marcó nuestra historia con sangre y corrupción. Sin embargo, Venezuela enfrenta una tragedia aún mayor: Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, líderes del Cártel de los Soles, quienes no solo controlan el narcotráfico, sino que concentran en sus manos todo el poder del Estado. Esta combinación letal ha sometido a todo un pueblo al hambre, la miseria y la desesperanza.
Por eso, resulta indignante que Petro haya decidido legitimar este narcorégimen, que se robó burdamente las elecciones. Aunque no asistió personalmente a la posesión de Maduro, envió al embajador, la figura de mayor rango en el servicio diplomático y representante oficial del estado. Este acto, avalado por el pusilánime canciller Murillo, respalda de facto el golpe de Estado en Venezuela y contradice los principios democráticos que Colombia está obligada a defender.
Es cierto que se deben mantener relaciones diplomáticas con Venezuela por los múltiples temas bilaterales que nos vinculan. Sin embargo, estas relaciones podían mantenerse sin necesidad de enviar al embajador a un acto ilegal y contrario a los valores democráticos.
La cercanía de Petro con Maduro no debería sorprendernos. A lo largo de su trayectoria, Petro elogió en varias ocasiones a Chávez, dejando en claro su afinidad con su modelo político. Aunque durante su campaña intentó desmarcarse de manera estratégica, su conexión ideológica resulta innegable. En sus múltiples visitas a Venezuela, ha mostrado simpatía hacia el dictador, y las similitudes entre sus discursos son cada vez más evidentes. Ambos insisten en enaltecer la lucha revolucionaria sangrienta de la que han sido partícipes, como si esta justificación revolucionaria diera carta blanca para cualquier atrocidad. Esta narrativa no es más que un disfraz para excusar actos inaceptables.
La lucha contra la violación de los derechos humanos no puede ser selectiva ni oportunista, pero eso es precisamente lo que han demostrado Gustavo Petro y el Pacto Histórico. Petro, utilizando argumentos similares a los de Nicolás Maduro, atribuyó la falta de elecciones libres en Venezuela a los “bloqueos del imperialismo”. Por su parte, varios integrantes del Pacto, como Clara López y Gustavo Bolívar, descaradamente defendieron el sistema electoral venezolano, calificándolo de “bastante robusto y garantista y el más confiable”.
Tampoco sorprende que los exintegrantes de las FARC, protegidos históricamente por Chávez y Maduro, ahora los defiendan con ímpetu. Esto demuestra que la complicidad entre el terrorismo y el narcorégimen no es casual, sino parte de una red bien estructurada que trasciende fronteras.
Además, no podemos ignorar la inacción de los organismos multilaterales. Cuando uno observa lo que sucede en Venezuela, la constante violación de los derechos humanos y el tiempo que lleva esta crisis, es inevitable preguntarse: ¿para qué sirven estas instituciones? Lamentablemente, la respuesta parece ser que no sirven para nada. Muchas de ellas están cooptadas por ideologías radicales o paralizadas por su propia burocracia.
La imagen de Daniel Ortega y Nicolás Maduro abrazados es el retrato de esta realidad: dos criminales de lesa humanidad que se sostienen mutuamente mientras el mundo observa, lanza trinos y emite comunicados. Sin embargo, eso no basta para detener la maquinaria de la opresión.
La caída de Maduro podría darse si el ejército se revelara en su contra, algo que es imposible, ya que este no es un ejército nacional, sino el brazo armado del Cártel de los Soles. Otra opción sería una intervención militar liderada por Estados Unidos o países aliados de la democracia. De lo contrario, el narcorégimen seguirá perpetuándose, como ha sucedido en Cuba y Nicaragua, gracias al respaldo de potencias como China y Rusia.
Es difícil ser optimista, pero no podemos mostrarnos derrotados. Veo a muchos diciendo que, por la postura de Petro, van a perder las elecciones del 2026. Por favor, no se dejen engañar. Al contrario, esto es una advertencia de lo que podría pasar en Colombia. Todo esto forma parte de un plan perfectamente calculado para perpetuarse en el poder. No caigan en ilusiones. Estamos en un riesgo real de terminar viviendo lo mismo que ha sufrido el pueblo de Venezuela.
Los colombianos hemos sufrido las consecuencias de Pablo Escobar, un criminal que marcó nuestra historia con sangre y corrupción. Sin embargo, Venezuela enfrenta una tragedia aún mayor: Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, líderes del Cártel de los Soles, quienes no solo controlan el narcotráfico, sino que concentran en sus manos todo el poder del Estado. Esta combinación letal ha sometido a todo un pueblo al hambre, la miseria y la desesperanza.
Por eso, resulta indignante que Petro haya decidido legitimar este narcorégimen, que se robó burdamente las elecciones. Aunque no asistió personalmente a la posesión de Maduro, envió al embajador, la figura de mayor rango en el servicio diplomático y representante oficial del estado. Este acto, avalado por el pusilánime canciller Murillo, respalda de facto el golpe de Estado en Venezuela y contradice los principios democráticos que Colombia está obligada a defender.
Es cierto que se deben mantener relaciones diplomáticas con Venezuela por los múltiples temas bilaterales que nos vinculan. Sin embargo, estas relaciones podían mantenerse sin necesidad de enviar al embajador a un acto ilegal y contrario a los valores democráticos.
La cercanía de Petro con Maduro no debería sorprendernos. A lo largo de su trayectoria, Petro elogió en varias ocasiones a Chávez, dejando en claro su afinidad con su modelo político. Aunque durante su campaña intentó desmarcarse de manera estratégica, su conexión ideológica resulta innegable. En sus múltiples visitas a Venezuela, ha mostrado simpatía hacia el dictador, y las similitudes entre sus discursos son cada vez más evidentes. Ambos insisten en enaltecer la lucha revolucionaria sangrienta de la que han sido partícipes, como si esta justificación revolucionaria diera carta blanca para cualquier atrocidad. Esta narrativa no es más que un disfraz para excusar actos inaceptables.
La lucha contra la violación de los derechos humanos no puede ser selectiva ni oportunista, pero eso es precisamente lo que han demostrado Gustavo Petro y el Pacto Histórico. Petro, utilizando argumentos similares a los de Nicolás Maduro, atribuyó la falta de elecciones libres en Venezuela a los “bloqueos del imperialismo”. Por su parte, varios integrantes del Pacto, como Clara López y Gustavo Bolívar, descaradamente defendieron el sistema electoral venezolano, calificándolo de “bastante robusto y garantista y el más confiable”.
Tampoco sorprende que los exintegrantes de las FARC, protegidos históricamente por Chávez y Maduro, ahora los defiendan con ímpetu. Esto demuestra que la complicidad entre el terrorismo y el narcorégimen no es casual, sino parte de una red bien estructurada que trasciende fronteras.
Además, no podemos ignorar la inacción de los organismos multilaterales. Cuando uno observa lo que sucede en Venezuela, la constante violación de los derechos humanos y el tiempo que lleva esta crisis, es inevitable preguntarse: ¿para qué sirven estas instituciones? Lamentablemente, la respuesta parece ser que no sirven para nada. Muchas de ellas están cooptadas por ideologías radicales o paralizadas por su propia burocracia.
La imagen de Daniel Ortega y Nicolás Maduro abrazados es el retrato de esta realidad: dos criminales de lesa humanidad que se sostienen mutuamente mientras el mundo observa, lanza trinos y emite comunicados. Sin embargo, eso no basta para detener la maquinaria de la opresión.
La caída de Maduro podría darse si el ejército se revelara en su contra, algo que es imposible, ya que este no es un ejército nacional, sino el brazo armado del Cártel de los Soles. Otra opción sería una intervención militar liderada por Estados Unidos o países aliados de la democracia. De lo contrario, el narcorégimen seguirá perpetuándose, como ha sucedido en Cuba y Nicaragua, gracias al respaldo de potencias como China y Rusia.
Es difícil ser optimista, pero no podemos mostrarnos derrotados. Veo a muchos diciendo que, por la postura de Petro, van a perder las elecciones del 2026. Por favor, no se dejen engañar. Al contrario, esto es una advertencia de lo que podría pasar en Colombia. Todo esto forma parte de un plan perfectamente calculado para perpetuarse en el poder. No caigan en ilusiones. Estamos en un riesgo real de terminar viviendo lo mismo que ha sufrido el pueblo de Venezuela.
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