“¡Eso que usted está haciendo es una patraña!” me dijo un profesor de la Universidad Libre, de esos que pertenecen a la esfera de poder de la institución, cuando yo trabajaba como docente en la seccional de esta ciudad y comencé a indagar sobre las violencias de género al interior de la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales junto con estudiantes del Semillero de Estudios de Género. Eso fue hace 6 años pero todavía me acuerdo bien del silencio en la sala de profesores luego de que me dijera eso en frente de todos, silencio que también fue mío porque no supe cómo responder.
Mi experiencia no es la única, el hostigamiento a nivel nacional que sufren quienes investigan y denuncian violencias de género al interior de las instituciones de educación superior en Colombia ha resultado incluso en despidos injustificados. Estos se pueden entender bajo el currículum oculto, un concepto que nos permite identificar los aprendizajes no visibles como las normas, creencias y valoraciones que se transmiten por medio de las prácticas y relaciones al interior de los espacios educativos. En este caso, la presencia sistemática de los acosos y abusos sexuales al interior de las universidades, su indiferencia y silenciamiento, como la persecución contra quienes apoyan a las víctimas actúa como currículum oculto comunicando un mensaje claro a toda la comunidad académica: es normal que ocurra la violencia y si hablan, hay consecuencias.
Yo misma sufrí abuso psicológico y sexual del 2015 al 2019, mientras cursaba mi maestría en Estudios de Género de la Universidad Nacional, por un docente de sociología con estrechas relaciones con mi escuela de posgrado. Este docente se aprovechó de que me encontraba en una situación de vulnerabilidad e indefensión por estar sufriendo uno de los periodos más fuertes de depresión clínica (del cual él tenía pleno conocimiento) para abusarme durante 4 años a pesar de que yo había sido explícita con mis límites. En ningún momento lo comuniqué a la universidad pues asumí que fue una experiencia negativa que prefería entregar al olvido. No obstante, las noticias de las últimas semanas en torno a este universo de dolor hizo que reviviera estos recuerdos, ya no desde la vergüenza, sino desde la valentía para unir mi voz a las muchas otras que nos comparten sus historias exigiendo una transformación profunda en los centros de conocimiento y sus integrantes.
La fuerza que ha tomado esta discusión hace evidente la urgencia de nombrar la persistencia de la violencia (como el acoso y abuso sexual), de escuchar a quienes deseemos comunicar nuestra experiencia, de respaldar a quienes acompañen nuestros procesos, además de construir y ejecutar todas las medidas institucionales y sociales necesarias para que nunca más alguien que acuda a un centro de conocimiento termine con su dignidad rota. ¿Qué clase de educación están transmitiendo las universidades que permiten negligente e intencionalmente que sus integrantes incurran en este tipo de comportamientos? ¿Qué mensaje transmiten docentes que trivializan estas situaciones, como ocurrió conmigo? Miramos a la academia con admiración porque sabemos que en esos espacios circulan ideas de peso, pero parece que las academias se olvidaron de su compromiso con la ciudadanía al permitir estos escenarios.
Universidades de violencia, universidades de impunidad, universidades de dolor.