Muy al comienzo de la administración del alcalde Jairo Yáñez, se empezó a hablar de la posible revocatoria de su mandato. En ese momento no estuve de acuerdo con los promotores de la idea pues me pareció que el verdadero sentimiento motivador era el de la “viudez del poder”. Pensé entonces que lo más sensato era darle al alcalde un tiempo prudencial para demostrar su talante y su trabajo, y después de ello, con la debida objetividad, hacer la correspondiente evaluación.
Con el inicio de la pandemia “Covid-19”, a mediados del mes de marzo del presente año, Cúcuta necesitaba, más que nunca, tener un alcalde muy preparado para el desempeño del cargo, con iniciativa, con capacidad de ejecución, con experiencia en el manejo de la cosa pública, pero en lugar de contar con un alcalde con esas condiciones nos encontramos con un Yáñez, errático en sus decisiones, ausente en la mitigación de las necesidades primarias de sus administrados, especialmente los más vulnerables; con un gabinete con poquísima experiencia en administración pública, lo cual aceleró la percepción de los cucuteños en el sentido de que se habían equivocado en la escogencia de su alcalde, como ya había sucedido.
Después le fueron suspendidos unos secretarios de despacho por presuntos hechos de corrupción, y luego la renuncia de otros secretarios que dijeron no encajar en el modo que tenía (¿tiene?) de dirigir el alcalde Yáñez la administración municipal, sumiendo así a la ciudad en un total desgobierno.
Vinieron después varios sondeos de opinión en los meses de abril, mayo y junio, realizados por empresas privadas y medios de comunicación sobre las perspectivas de la ciudad y el trabajo de su gobernante, y en ellos, la comunidad cucuteña desaprobó en forma amplia la gestión realizada hasta el momento por el alcalde de Cúcuta.
Y luego, en los primeros días del mes de octubre, se publicaron los resultados de una gran encuesta a nivel nacional sobre las principales capitales del país, realizada por “Mi voz Mi ciudad”, que auscultó la percepción de los habitantes de ésas ciudades sobre temas como la pobreza, la inseguridad, la acción gubernamental, la situación económica, la educación, la salud, el espacio público, la movilidad urbana, los servicios públicos y el tratamiento a la emergencia sanitaria por el coronavirus, y en esa encuesta los cucuteños mostraron un 70% de insatisfacción, pesimismo y desconfianza, manifestando además que la ciudad va por muy mal camino. El resultado no pudo ser peor: Cúcuta obtuvo el vergonzoso hándicap de ocupar el deshonroso último lugar en la encuesta.
Por lo anterior, no queda sino decir, que si la administración dirigida por Jairo Yáñez no endereza el rumbo en un corto tiempo, la revocatoria de su mandato será una realidad.