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¿Y de doña Juana qué?
Los motilones seguían siendo de flechas tomar, y cuando amanecían con los trapos al revés, no permitían que ningún extraño pisara aquellas tierras.
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Jueves, 15 de Junio de 2023

Dentro de dos días Cúcuta estará de cumpleaños.  Fue lo que nos enseñaron en la escuela. Ahora no se enseña historia y entonces cada quién piensa lo que quiere.

Pueda ser que vuelva la historia a nuestro pénsum oficial de educación, para saber a qué atenernos.  El caso es que aprendimos que doña Juana Rangel de Cuéllar era una matrona pamplonesa, que apareció viviendo en el Carmen de Tonchalá, y que era dueña de grandes extensiones de tierra en este valle de lágrimas y de motilones.

Pero un día, otros pamploneses llegaron a las tierras de la doña y le invadieron unos cuantos pedazos. ¡Sus propios paisanos! “No hay cuña que más apriete que la del mismo palo”, enseñaban los viejos de antes. Los de antes porque los de ahora no enseñamos nada.

Los colonos construyeron sus ranchos en forma desordenada, de noche y a las carreras, como se hacen todas las invasiones, antes de que llegue la poli.  Pero a los colonos, que además de invasores eran creyentes y devotos de san José, les preocupaba que no tenían un cura que les celebrara la misa de los domingos. Les tocaba, para cumplir con el mandamiento que ordena “oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar”, pasar al otro lado del río, donde los motilones sí tenían capilla y cura doctrinero.  Los indígenas ya habían sido sometidos a los blancos y su jefe ya no era el cacique Cúcuta, sino el señor encomendero. Acorralados en una encomienda, recibían manutención y enseñanza cristiana, a cambio de tener que trabajar en los cacaotales de los blancos.  

Sin embargo, los motilones seguían siendo de flechas tomar, y cuando amanecían con los trapos al revés, no permitían que ningún extraño pisara aquellas tierras. Otras veces era el río que, cuando se crecía por el invierno, bramaba como un toro y no los dejaba pasar.

Fue entonces cuando se les iluminó la mollera: Pedirían a la Real Audiencia de Santa fe que les autorizara convertirse en parroquia para poder tener un cura. Para eso debían firmar una petición y comprobar con escrituras que eran dueños de sus tierras. Pero ellos no eran legalmente los dueños, pues carecían de documentos legales. ¿Qué hacer?

Como la necesidad tiene cara de perro, no tuvieron otra salida sino acudir donde doña Juana y pedirle humildemente que les legalizara la tenencia de esa tierras que ellos le habían invadido, pero le juraban que no lo volverían a hacer. La doña les firmó las escrituras de donación, ante el alcalde de Pamplona, que vino expresamente a la ceremonia. Ese día los colonos quemaron pólvora, jartaron chirrinche al son de una papayera y le prometieron a doña Juana que le harían un parque con estatua, a donde fueran colegios y autoridades, todos los 17 de junio, a rendirle homenaje y a recordar esto que les estoy contando.  

Doña Juana les hizo prometer que harían un pueblo ordenado, limpio, seguro y arborizado, con una sola nomenclatura y que fuera orgullo de todas las generaciones venideras.

Como ven, doña Juana Rangel de Cuéllar no fue la fundadora en términos precisos, pero sí fue a partir de ese momento cuando el pueblo empezó a ser pueblo, aunque las condiciones que ella puso y los juramentos de los colonos no se han cumplido. Los historiadores puros no están de acuerdo, pero yo sí creo que esta fecha marca el comienzo de nuestra ciudad. El sábado nos tomaremos unas, a nombre de doña Juana y gritaremos: ¡Feliz cumpleaños, Cúcuta, la muy noble y muy leal!  

gusgomar@hotmail.com

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