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Cúcuta
Ricardo Rubio González, el dibujante de la calle
Encontró en un carbón al único amigo que lo acompaña tras la soledad que le dejan las drogas. 
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Katherine Villamizar Leal
Sábado, 6 de Octubre de 2018

Como por arte de magia, Richard mueve su mano derecha, y en cuestión de segundos, los trazos que hace con un carbón se convierten en la réplica exacta de famosas caricaturas.

Es un talento que no tiene explicación, lleva toda una vida haciendo dibujos; pero desde que se sumergió en el mundo de las drogas, ya no es solo un pasatiempo, sino una forma de conseguir dinero.

“Ni yo sé cómo aprendí, solo aparece en mi mente el dibujo y empiezo a hacerlo, nunca estudié nada, ni pasé por una escuela de arte”.

Sale noche tras noche sin descansar; en sus bolsillos guarda dos o tres carbones que en los asaderos o restaurantes le regalan para que empiece su trabajo.

Según sus cuentas, puede llegar a gastar hasta un bulto de carbón en el mes, pues cada 7 dibujos acaba un pedazo.

Su nombre completo es Ricardo Antonio Rubio González, Tiene una memoria privilegiada que desde los cinco años le ha permitido grabarse a la perfección más de 100 dibujos y los nuevos que vayan apareciendo.

No hay desafío que no gane, pues los dibujos que no sabe, se los aprende en menos de diez segundos.

Tampoco necesita mendigar dinero, pues a las personas les nace regalarle hasta billetes para premiar su increíble capacidad.

En una fusión de rapidez y perfección la que se da cuando empieza a decirles a sus espectadores el nombre de la caricatura que va dibujando.

“Empecemos con los clásicos”, dice mientras desliza el carbón por el suelo haciendo aparecer a ‘Tom y Jerry’, ‘Coraje, el perro cobarde’, ‘Gokú’, ‘Los Picapiedras’, ‘La pantera rosa’ y ‘Homero Simpson’. Él los llama clásicos porque son los que más le pide la gente y los que primero se aprendió.

Si las personas no le mencionan alguna caricatura, continúa mostrando su habilidad, con el dibujo que más le gusta hacer; ahora, con los ojos cerrados.

“El pájaro Loco es el que más me gusta porque lo hago sin necesidad de ver y en menos tiempo, no sé, ya le tengo mucha práctica”, dice mientras gira su cabeza para no mirar el suelo.

Le dicen el dibujante de la noche, porque sale desde las 8:00 p.m. hasta las 2:00 a.m., o hasta más tarde, dependiendo el flujo de personas que vea.

Prefiere la noche porque, según él, es cuando encuentra más personas; frecuenta Atalaya, Motilones y recorre la zona industrial hasta llegar a Prados Norte.

Como todos los días, termina su jornada después de las 2 de la mañana. Y a pesar de ser un habitante de calle, prefiere llegar a dormir a la casa de su tío, en lugar de quedar expuesto a más peligros.

Se considera de los que más gana entre sus otros compañeros, pues diariamente reúne alrededor de 25.000 pesos, que se gasta en droga y algo de comer.

A Richard le da pena contar que consume bazuco, pero es su realidad; dice que a pesar de eso, no le hace daño a nadie, ni ha robado un solo peso.

Un destino sin explicación

Richard tiene 28 años y vive desde muy niño con su tío, que no lo ha desamparado pese a su situación.

Todos los días recuerda a su mamá, que se fue desde hace muchos años a Bogotá con cuatro de sus ocho hermanos.

La gran sonrisa que lo caracteriza se desvanece cuando intenta hablar de ellos y se convierte en nostalgia, por lo que prefiere guardarse para él los detalles de esa historia.

Como si fuera algo increíble, cuenta que cuando estudiaba en el colegio Inem José Eusebio Caro, era muy buen alumno y le gustaban las matemáticas.

De allí salió cuando estaba en noveno grado, pero no tiene palabras para describir el por qué, pues ni siquiera había empezado a vivir en la calle.

Sin embargo, su talento para dibujar no lo abandonó ni siquiera cuando a sus 17 años prestó servicio militar en el Ejército Nacional.

“Me la pasaba en el cambuche con un cuaderno y me ponía a dibujar; mi cabo me felicitaba porque decía que pintaba muy bien”; con ese recuerdo vuelve la alegría a su rostro opaco por los efectos de la droga.

Luego de cumplir su periodo de servicio, volvió a Cúcuta y hasta ahí llegaron sus sueños.

“Caí en malos pasos, no sé cómo entré a ese mundo, solo sé que un día probé el bazuco y hasta ahora no lo he podido dejar”, dice una vez más con tono de resignación.

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La selva de cemento

El dibujante vive desde hace más de 10 años en la calle, y a donde su tío solo llega a dormir unas pocas horas, pues en el día es reciclador.

A pesar de conocerse los rincones de la ciudad y más de un secreto nocturno, le teme a quedarse durmiendo a la intemperie en alguna acera, parque o banca.

Dice que la calle es dura, que aguantar hambre es más difícil que lo que parece y que por nada en el mundo le desearía a alguien una vida así, expuesta al frío y todo tipo de inclemencias.

A pesar de que su trabajo es bien recibido, muchas personas lo discriminan por estar sucio y porque creen que les va a hacer daño.

Pero Richard es amigable y no ha tenido problemas con nadie; aunque sabe que despierta la envidia en otros habitantes de calle por ganar más plata. “Yo incluso les doy monedas, porque ellos dicen que yo gano más y me piden”.

Uno de sus peores momentos lo vivió mientras dibujaba frente a un estanco.

“Me había puesto a dibujar como siempre y de un momento a otro un borracho me pegó un botellazo en la cabeza; me fui porque, que más, me dejó casi inconsciente”.

Así como guarda recuerdos no tan gratos, en su corazón lleva guardadas historias como la de aquella familia que en una piñata le regaló $10.000  por hacer un dibujo.

Richard alberga la esperanza de algún día salir de las drogas y tener un futuro como artista, más allá de la calle y el carbón.

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