El turbulento mundo que le tocó vivir a Christian Bustamante en su natal Cúcuta, siendo apenas un niño, retumba fuerte en su mente cada vez que camina por el canal Bogotá.
Ver a decenas de hombres y mujeres tirados en el sucio cemento, en medio de las aguas residuales o asomados por las alcantarillas que provienen de la parte alta de los barrios Cundinamarca, Santander y La Magdalena, le parten el alma en mil pedazos, admite.
En ese mundo también estuvo sumergido este cucuteño de 34 años, pero sobrevivió, logró salir del abismo profundo en el que estaba, y lo hizo por una promesa: ‘ayudar a salir a los demás que hoy están perdidos en el consumo de las drogas, el licor o la prostitución’.
“Aunque no lo parezca, yo también estuve en esos pasos equivocados, me perdí tantas veces en ellos, que cada vez llegaba más y más lejos, y hasta me sorprendía, porque no alcanza a imaginarse uno de lo que es capaz de hacer cuando se queda sin qué consumir”, relata con voz arrepentida Bustamante.
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Ese síndrome de abstinencia lo llevó a robar, a reñir a muerte con sus compañeros de calle, de canal, y a matar. Todo terminó para él en la cárcel. Tenía 18 años.
Tras la condena, afloró el arrepentimiento. Cada día era más pesado y ello lo llevó, incluso, a intentar quitarse la vida varias veces. No obstante, cuando pensó que todo estaba perdido, se produjo el milagro.
“Me arrodillé en la celda y levanté los brazos a lo alto. Le pedí a Dios una oportunidad, pero también le hice una petición a cambio. Que me diera una esposa bonita y el resto de mis días los dedicaría a servir a través de su palabra a todos aquellos hombres, mujeres y niños que hoy viven en la calle perdidos sin ninguna esperanza”.
La mujer que había pedido llegó un día a visitar a un amigo suyo de celda. Fue amor a primera vista. Bustamante se casó en el penal y a partir de ese momentos muchas puertas más se empezaron a abrir en dirección al destino que había elegido.
Para sorpresa de su familia, que le había volteado la espalda por estar en malos pasos, logró graduarse de bachiller y después coronó un diplomado de promotor de salud de la universidad de Pereira, el cual consiguó como premio a su buen comportamiento dentro del penal.
De ser un preso de cuidado se convirtió en una persona de confianza, incluso de las directivas de la penitenciaría, y ello le valió para que le fueran encargados oficios en el archivo de la institución.
Pero hubo más. También, con un grupo de compañeros de celda que decidieron hacer un cambio en sus vidas, Bustamante fue elegido para ir por todos los patios llevando el mensaje de ‘delinquir no paga’.
El proyecto alcanzó tal impacto, que su presencia empezó a ser solicitada más seguido en la comunidad carcelaria de los distintos pabellones. “Llevábamos la palabra y les mostraba mi ejemplo de superación. Sí es posible cambiar el mal por el bien”, les insistía en cada charla a los reclusos.
Cuando abandonó la cárcel ya su matrimonio había dado su primer fruto. Pero también se sintió fortalecido para dar el salto que tanto había esperado. Ir en busca de los redimidos con los que se había comprometido estando tras las rejas. Llegó la hora de dar rienda al proyecto con el que tantas veces soñó.
En el camino se encontró con otro ángel, Carlos Eduardo Barón Basto, director de Depald Corporación Internacional, una entidad sin ánimo de lucro que trabaja con programas sociales en población con problemas de drogadicción, alcoholismo y prostitución.
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Pero también se rodeó de compañeros del Centro Cristiano Los Pinos, con quienes empezó a visitar todos los rincones de la ciudad en búsqueda de redimidos sin ninguna esperanza.
A Bustamante y sus compañeros los inpactó fuertemente el hecho de no ver a nadie preocupado en la ciudad con estos tres flagelos que por donde han ido consumen por igual a niños, mujeres, ancianos y jóvenes.
En sus idas a los parques La Merced, Lineal, Canal Bogotá y alrededores de la terminal de transporte se han llevado sorpresas impactantes, como encontrarse con empresarios reconocidos de la ciudad caídos en el mundo de las drogas. Jóvenes universitarios que hablan tres idiomas o niñas de buena familia atrapadas en el alcohol y la prostitución.
Lo que sí vimos fue el dedo acusador señalando a estas personas, cuando lo que ellas necesitan es una mano amiga en qué apoyarse. Si nosotros hemos recibido y transformado nuestras vidas, ellos también lo podrán hacer, dice Bustamante.
Ha hablado tantas veces con los habitantres de la calle, que ya lo conocen y le tienen confianza. Casi que es el único que puede penetrar hasta el fondo de sus vidas sin resistencia alguna. “Me cuentan porqué cayeron al abismo, pero también con sus rostros enjuagados en lágrimas me dicen que quieren salir de él, pero no saben hacia dónde, porque sencillamente nadie les ha trazado el camino”, dice Bustamante.
A la par del trabajo que adelantan con estas personas, también van a escuelas y colegios poniendo alertas y llamando la atención de los niños sobre el peligro de caer en las drogas o en el licor.
Tanto Bustamante como Barón son conscientes de que la necesidad de cambiar la vida de muchas personas que hoy están en la calle es imperiosa, porque no solo son ellas las que sufren, detrás están sus familias, sus amigos. Quieren pasar de las palabras a los hechos. “Estas personas merecen una oportunidad y se las queremos dar”, finaliza.
El proyecto
(El reto es rehabilitar a quienes hoy están en el mundo de las drogas y el alcoholismo.)
El proyecto que tiene Depald Corporación Internacional, entidad de la cual hacen parte Christian Bustamante y Carlos Eduardo Barón Basto, está dirigido no solo a rehabilitar a los habitantes de la calle sumergidos en las drogas, el licor y la prostitución, sino a capacitarlos para que vuelvan a ser parte de la sociedad, como actores productivos de primera línea.
Para ello proponen crear una casa de campo en las afueras de la ciudad, dotada de las herramientas y el talento humano necesarios para trabajar en la desintoxicación y asesoría de estas personas, pero también en el plano espiritual.
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“Lo primero que hay que hacer es rehabilitarlos, que se sientan seguros de que se puede vivir sin consumir ni robar. Segundo, devolverles la sonrisa, que vuelvan a creer en ellos mismos, que se vuelvan a reencontrar con sus familias, y por último, inducirlos al aprendizaje de algún arte para que puedan generar sus propios ingresos”, dijo Bustamante.
Todos en la calle nos han dicho que quieren abandonar las condiciones en que están, pero nadie les ha dicho dónde ni cómo. Nosotros estamos ofreciendo nuestro concurso, solo falta que las autoridades nos apoyen nuestro proyecto. Tenemos el conocimiento, la experiencia y, por sobre todo, la fe, dice Bustamante.