La historia de los Mojica Rodríguez es un ejemplo de cómo el arte de hacer reír puede convertirse en una tradición familiar. Lo que comenzó como la aventura de un payaso conocido como Torombolo se ha transformado en un quinteto artístico que, con su humor y carisma, llena de alegría los corazones de los cucuteños.
Todo empezó a través de Édgar Mojica Ojeda, un bumangués que desde muy pequeño se fijó en el mundo del humor gracias a ‘Animalandia’, famoso programa de la televisión colombiana del siglo pasado, conducido por Fernando González Pacheco junto con los payasos Bebé, Pernito, Tuerquita y el actor y comediante Carlos ‘el Gordo’ Benjumea.
En Bucaramanga se hizo payaso, pero fue en Cúcuta donde consolidó su oficio. Hace más de 30 años tomó una maleta, la llenó de ilusiones y partió a la capital fronteriza, con 100 pesos en los bolsillos salió a su destino, San Antonio, estado Táchira (Venezuela), no sin antes gastar la mitad de su dinero en un pan con café para agarrar fuerzas.
Así transcurrió su vida durante tres meses con altas y bajas, aprendiendo lo que era trabajar con el público callejero, dejó los buses de lado y su siguiente escenario fue Las Cascadas en El Malecón de Cúcuta.
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Allí hacía sus espectáculos los domingos y al finalizar pasaba el sombrero, a la par, también vendía lápices decorados, narices de payaso, marionetas y cualquiera manualidad a la que le pudiera sacar unos pesos.
A su esposa la conoció en medio de una presentación en el parque La Victoria, en uno de sus números, “estaba con dos sobrinas, entonces en medio del show subí a una de las niñas al escenario, y ese fue el gancho perfecto. Mi compañero me ganó y habló con ella primero, le pidió su número y dirección, pero tuvo la mala suerte de perder el papelito, que terminé encontrando yo.
Al día siguiente decidí visitar a Sonia Rodríguez Ortega, quien quedó sorprendida al verme sin maquillaje. Como la química fue inmediata, nos fuimos a comer un helado. Ocho días después éramos novios, y tres meses más tarde nos casamos”.
Un legado familiar
Todo empezó un año y medio después de su boda en la iglesia del barrio Claret de Cúcuta. Cuando Torombolo tenía previstas dos piñatas, pero su asistente se enfermó, su esposa tomó una decisión que cambiaría el rumbo de la familia: se maquilló y se unió al espectáculo.
“Pensaba llamarla morcillita, a ella obviamente no le gustó, pero cuando ya estaba presentándonos en la fiesta, al último momento ella gritó Chupetica y así se quedó”, recuerda Édgar Mojica. La pareja formó un dúo cómico durante 23 años, hasta que ella decidió cambiar el maquillaje por las telas, dedicándose ahora al diseño y confección de vestuario, además de manejar la logística del negocio familiar.
El legado continuó con sus hijos. Jonathan Mojica, el primero en seguir los pasos de su padre, debutó a los 8 años como Torombolito, nombre que adoptó como un homenaje a su padre. Esta experiencia artística lo llevó por un camino inesperado, su gusto por el periodismo y las comunicaciones, inspirado por su participación en el programa de televisión que conducía su padre en Tu Kanal.
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“Los que todos conocen como el gran periodista Tatán, empezó como un payasito, me acompañaba en el programa, pero en medio de las pausas o antes de iniciar a grabar, preguntaba por todo lo que veía, sobre las cámaras, sobre la televisión, ahí poco a poco fue aprendiendo y agarrándole el gusto”.
Después lo siguió Kelly Johanna, la mayor de sus hijos, conocida artísticamente como Bomboncito, aportó su arrolladora personalidad al espectáculo familiar. Ella por su parte, también le gustó el trabajo con las comunidades y brindar ayuda a quienes lo necesiten, un gen que heredó de su madre, lo que la inclinó a estudiar trabajo social, combinando su trabajo con el don de hacer reír.
Por su parte, Daniela Valentina, aunque es la menor entre sus hermanos, se podría decir que es de la más experimentadas, ya que, desde el momento de su nacimiento, su padre llegó maquillado a la clínica después de un show, siendo esta la primera imagen que la pequeña vio al abrir sus ojos.
Para ella, la docencia es igual de importante que hacer reír, pues una buena enseñanza debe estar llena de buenos momentos que se deben recordar a lo largo de los años, ese pensamiento es el reflejo de lo que ha aprendido durante en su carrera de Licenciatura Infantil que cursa actualmente en la Universidad Francisco de Paula Santander.
Colombinita, al igual que sus hermanos, aprendió desde muy pequeña sobre los payasos, pero su curiosidad la llevó a aprender otros actos como es el hula hoop y el manejo del trompo chino.
“Aunque nunca vivimos al interior de un circo, sabemos que todos los que trabajamos en esto somos una familia, nos conocemos, aprendemos juntos y nos ayudamos, compartimos el mismo objetivo, sacar sonrisas a las personas”. Resalta Daniela.
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“Con sueldo de payaso saqué a mis hijos adelante”
“Los cucuteños son agradecidos y lo más satisfactorio es poder dejarles a mis hijos un legado. Desde el primer día que se ‘pintaron’ les puse reglas y ahora caminan solos, siendo personas valiosas para la sociedad”, menciona Torombolo.
Para él, más que una profesión, ser payaso le enseñó nuevas técnicas para educar y criar a sus hijos, enseñarles sobre la importancia de trabajar por sus objetivos y de luchar por sus metas.
A pesar de que sus hijos están muy ligados a la parte social, asegura que nunca influyó en sus pensamientos y dejó que ellos solos descubrieron que les apasionaba, para que nunca se arrepintieran de la decisión que tomaron.
Sin embargo, también menciona que los ha acompañado en todo el proceso y que siempre que necesitan una mano, estará listo para ayudarlos.
“Con ellos he estado en todas partes, en la cárcel, en asentamientos humanos, en parques, en colegios, en televisión, arriba, abajo, en todo lado, pero eso me hace feliz, con ese sueldo de payaso fue que saque a mis hijos adelante”, finaliza.
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