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‘Fragmentos de vida’, memorias públicas y privadas de una feminista
Florence Thomas recorre su vida en estas entrañables memorias feministas que servirán de inspiración para varias generaciones.
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Martes, 30 de Abril de 2024

A sus ochenta años, Florence Thomas presenta ‘Fragmentos de vida’, un libro que servirá de inspiración para varias generaciones: la más joven interesada en conocerla mejor; la de hombres y mujeres que han crecido con sus escritos, y la de quienes han compartido su activismo y su incansable lucha por los derechos de las colombianas.

En un intenso recorrido, la autora ofrece a sus lectores un balance entre memorias de su vida pública y episodios de su vida privada: la niñez en Francia, su llegada a Colombia, y una gran cantidad de anécdotas de su paso por el Departamento de Psicología de la Universidad Nacional. Recuerda, entre otros, la creación del grupo Mujer y sociedad, la lucha por la despenalización del aborto, los libros que ha publicado, sus amores y la emblemática columna en El Tiempo, que todavía escribe.


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Lea a continuación un avance del libro ‘Fragmentos de vida’, disponible ya en las librerías con el sello editorial Debate.

No Me Conozco, Solo Me Cuento

Siempre estaré de acuerdo con Marguerite Duras cuando nos recuerda que «nada pasa en la vida, nada, excepto la vida»1. Una vida llena de remiendos porque la vida no es uniforme, no es lineal, no es un long fleuve tranquille, un río largo y tranquilo.

No, la vida es tormentosa y tranquila, borrascosa y serena, llena de rupturas y fragmentos que uno no logra juntar como si faltara siempre una pieza para darle un sentido que, de hecho, pocas veces existe.

Entonces, lo que sigue es una historia; no es mi vida, es la historia de algunos fragmentos de mi vida pues aprendí que uno no puede conocerse, solo puede contarse. Somos historias que nos contamos, dice el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez.

Y son estas narrativas que se sellan en los meandros de la piel y de la memoria que tienen sentido para uno, para una. Fue una de las lecciones del psicoanálisis: la vida contada y soñada es la que importa. Cajas de resonancia aparecieron a medida que escribía, trozos de vida que se hacían presentes y que no lograba silenciar aun cuando me pregunté más de una vez si eran necesarios.


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Además, cuando revisaba algunos textos de los filósofos de la década de los sesenta en Francia, encontré una frase de Gilles Deleuze que me pareció tan acertada en cuanto a lo que quiero expresar con esta corta introducción.

Decía: «Somos, pertenecemos a ciertos dispositivos actualizados del pasado y actuamos desde ellos. Lo nuevo es lo actual. Lo actual no es lo que somos sino que es más bien lo que vamos siendo, lo que llegamos a ser, es decir, lo otro, nuestra diferente evolución. En todo dispositivo hay que distinguir lo que somos (lo que ya no somos) y lo que estamos siendo; la parte de la historia y la parte de lo actual».

Al iniciar este proyecto de escritura, me siento un poco como una arqueóloga que tiene como única herramienta para ahondar en el pasado su memoria, y sé que no siempre es garante de verdad ni es siempre capaz de traducir la dimensión de lo vivido. Pero seguro será una manera, como lo dice Eduardo Galeano, de juntar algunos de mis pedazos.

Quiero precisar también que en las líneas que siguen, no encontrarán una definición del feminismo, de mi feminismo o de los feminismos y mucho menos una historia de los movimientos de mujeres o del feminismo en Colombia del siglo XX y principio del siglo XXI3.

No. Es solo a través de mis andares en este complejo país, que aprendí a amar casi tanto como el que sigue alimentando mi infancia y mi adolescencia, que el feminismo, mi feminismo, toma un sentido vital que no necesita definiciones.

Además me esforcé —y sé que no siempre lo logré— por alejarme de un estilo de escritura «académica»4 para dejar aflorar emociones o aquellas vibraciones de la vida que se alojan a flor de piel, de mi piel. Es que, por primera vez, escribiendo este texto no tuve nada que demostrar, nada que argumentar. Y si logré que algunos pedazos de mi vida se asomen a través de esta lectura, habré logrado lo que buscaba.

He afirmado que uno se hace feminista con su historia, o por lo menos con muchos elementos de su historia. Y lo aprendí confrontándome con centenares de mujeres feministas colombianas, y por supuesto con las feministas de mi grupo que son mis amigas, mis hermanas.

A pesar de conocernos y compartir esta militancia del feminismo desde hace casi cuarenta años, cada una de nosotras tiene una manera distinta de asumirlo. Sí: una se vuelve feminista con su historia; una historia que adhiere a la piel, a la infancia, a la adolescencia, a los amores y desamores y, en fin, a la vida que nos tocó y a la que construimos e hicimos nuestra.


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Entonces, y como ya lo expresé, no hablaré del feminismo; hablaré de mi manera de vivirlo y de este extraño enamoramiento de Colombia desde mi propia historia. Y si mezclo vida, feminismo y enamoramiento es porque, sin duda, en mi caso, van juntos.

Si no hubiera tenido ese conocimiento de las mujeres colombianas, de sus dolores, sus risas, sus cantos y su indescriptible manera de resistir a las miles de guerras que tuvieron y siguen teniendo que vivir, no estaría aquí y no me hubiera podido enamorar de Colombia. Y lógico, hay una primera historia, aquella de mi infancia y adolescencia.

Y si bien, con mis ochenta años, la siento algo lejana, sigue siendo la raíz que alimenta lo actual y lo que voy siendo. En cuanto psicóloga, sé que es así. Imposible negarlo. La infancia nos habita, lo tratemos de negar o no; la infancia y los años de adolescencia alimentan, nutren, a veces dramáticamente, a veces afortunadamente, lo que somos, lo que seremos y hasta, creo yo, el olvido que seremos, para retomar esa tan sagaz, bella y lúcida fórmula de Jorge Luis Borges, rescatada por Héctor Abad.

Mi historia se inicia en mi primera patria —y a propósito de patria, nunca entendí por qué ese concepto se refiere al padre, cuando sin duda, la tierra y la transmisión de la lengua, son de las madres—, una historia que, hasta mis veinticuatro años, tiene sus raíces en Francia, esta tierra natal, mi matria.

No hablar de estos años sería como arrancar una parte de mi identidad, o, más exactamente, de esta identidad en construcción que es solo una de las varias identidades que una tiene que asumir a lo largo de la vida. Porque si la vida es fragmentada, la identidad también lo es.

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