La historia política de Colombia está llena de ejemplos donde la subestimación ha sido un error costoso. Hoy, esa lección parece ser más vigente que nunca frente al presidente Gustavo Petro, quien, con habilidad y estrategia, está consolidando un poder sin precedentes en los organismos de control y las altas cortes del país.
Desde el Congreso de la República, Petro ha conseguido nombramientos estratégicos que le otorgan un control amplio en esferas clave: un fiscal general, un procurador general, magistrados en la Corte Constitucional y un defensor del pueblo afín a su visión.
Estas designaciones no son meros trámites administrativos; son movimientos de ajedrez político que revelan un presidente con una capacidad inusual para articular alianzas y superar obstáculos en el legislativo. Un presidente que, pese a las críticas, sigue avanzando en la materialización de su proyecto político.
Es un error mirar estas victorias como triunfos aislados. En conjunto, reflejan un escenario en el que las instituciones clave de Colombia se están alineando de manera preocupante con el Ejecutivo. Aunque esto es legal, no se puede ignorar el riesgo que representa para el equilibrio de poderes y la independencia institucional. ¿Qué tan sólida es nuestra democracia cuando los contrapesos se diluyen en el consenso político?
A esto se suma un discurso audaz y provocador. El pasado viernes, en Chimichagua (Cesar), el presidente no solo reivindicó la continuidad de su proyecto político hasta 2030, sino que lo comparó con el modelo mexicano, donde la izquierda ha construido un bloque hegemónico.
En esa misma línea, lanzó ataques directos contra voces críticas, como la periodista Vicky Dávila, reviviendo divisiones profundas en el país. Más allá del contenido de sus declaraciones, lo preocupante es el mensaje implícito: Petro no solo tiene un plan; tiene la intención de quedarse, ya sea personalmente o a través de una figura sucesora.
La historia reciente de América Latina nos muestra que líderes con agendas ambiciosas y control institucional suelen abrir la puerta a escenarios de prolongación en el poder. Petro, lejos de ser la excepción, parece estar siguiendo este camino con maestría. Subestimarlo, entonces, es ignorar el alcance de su estrategia. Es no entender que el juego político que está librando no es solo para este mandato, sino para garantizar que su visión de país trascienda su periodo presidencial.
¿Estamos preparados para esto? ¿Están las instituciones colombianas listas para resistir las tensiones que un poder tan centralizado puede generar?
La ciudadanía, los medios de comunicación y las fuerzas políticas deben asumir un rol vigilante. Esta no es una alerta partidista; es un llamado a proteger los valores democráticos que nos permiten, como nación, mantenernos en equilibrio.
El presidente Gustavo Petro ha demostrado que no se trata de ideologías o discursos, sino de estrategia y ejecución. Ignorar esa realidad podría llevarnos a un punto de no retorno en el que el poder deje de ser compartido y pase a ser monopolizado. Colombia no puede darse el lujo de subestimar su capacidad. El país debe estar a la altura del desafío que representa este momento histórico.
Gracias por valorar La Opinión Digital. Suscríbete y disfruta de todos los contenidos y beneficios en https://bit.ly/SuscripcionesLaOpinion