Como un activista y no como un estadista se le oyó al presidente Gustavo Petro en sus intervenciones ante foros multilaterales y bilaterales en su gira por Estados Unidos, donde expuso sobre el cambio climático, las amenazas de extinción, la violencia en Gaza y otros aspectos, pero nada sobre la cruda realidad de su tierra colombiana.
Al presentarse como el presidente del corazón de la tierra, paradójico resultó escucharlo advertir que “el 1% más rico de la humanidad es responsable de la crisis climática que avanza, y se opone a acabar el mundo del petróleo y del carbón porque es su propia fuente de riqueza”, pero no decir nada sobre la disidencia de las Farc que está arrasando con la naturaleza en Colombia.
Inexplicable que Petro, quien globalmente ondea la bandera ambientalista, haya omitido denunciar que en el parque nacional natural Chiribiquete -que contribuye a la mitigación de los efectos negativos del cambio climático mundial- ese grupo armado ilegal ha tumbado más de 1.400 hectáreas de selva para el tráfico de cocaína, oro y coltan.
Nos encontramos entonces ante un presidente de todas las causas, pero no de las propias, porque ni siquiera ha hecho respetar ni aplicado sanciones ejemplares contra las organizaciones que aquí en el país atacan el medioambiente con acciones como la descrita o con voladuras del oleoducto como lo hace el Eln.
Con un país cruzado en los cuatro puntos cardinales por una tormenta de crisis provocadas por los desatinos del gobierno que lidera, los colombianos sienten que Petro les quedó debiendo admitir ante la comunidad internacional que la ‘Paz Total’ agoniza en medio de una oleada de violencia e la inseguridad desangra ciudades y campos, que el problema del narcotráfico persiste y que la corrupción está desbordada, mientras las condiciones sociales y económicas no son las mejores.
Por eso las críticas han sido tan fuertes, como aquella que lo conmina a dejar el activismo internacional para que se enfoque en trabajar por los colombianos y nos defienda de la violencia provocada por múltiples actores, entre los cuales figuran hasta los narcotraficantes mexicanos y el cartel venezolano de Los Soles.
Que organizaciones criminales de esa talla internacional hayan convertido en uno de sus centros de operación a Cúcuta, la ciudad colombiana más importante en la frontera con el vecino país, debería haber ocupado un espacio ante Naciones Unidas para mostrar cómo la expansión del multicrimen transnacional se ha vuelto una amenaza contra Colombia, y reclamar mayor cooperación de esos gobiernos.
No hacer ni una sola mención a la situación colombiana ni tampoco hablar del caso de las elecciones presidenciales venezolanas dejaron en el ambiente un profundo sinsabor y produjeron mayor zozobra, porque un desinterés de tal magnitud por parte de mandatario nacional dejan entrever una limitada capacidad para generar gobernabilidad y resolver problemas de Estado.
Es hora que el presidente Gustavo Petro deje la desconexión con los asuntos que realmente preocupan a la población colombiana que se siente huérfana de un gobernante a quien por eso recurrentemente en las encuestas le indican una marcada tendencia a la baja en sus niveles de popularidad.
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