Por: Gerardo Raynaud D. | gerard.raynaud@gmail.com
A veces se encuentra uno con documentos inéditos o sólo de circulación limitada, y fue lo que me pasó hace unos días cuando encontré una publicación de un compañero y colega de la universidad, a quien con su permiso me permitiré citar algunos de los apartes de su libro que lleva el mismo título de esta crónica. Se trata del ingeniero Virgilio Durán Martínez, quien además de sus virtudes docentes, ya entrado en la etapa de su retiro, dedicó buena parte de su tiempo a escribir sobre la historia de su terruño. Por esta razón, hasta el más allá, le hago llegar mis agradecimientos por su muy dedicada labor de recopilar esos fragmentos de historia, que si no perdidas, sí refundidas en los anaqueles de algunas vetustas instituciones.
Hace el ingeniero Durán un pormenorizado recuento de las actividades y de los estilos de vida de los habitantes de la ciudad; señala lugares, cita documentos y orienta al lector, muestra fotografías y mapas sobre los lugares comunes de la población y precisa eventos y situaciones sucedidas que demuestran la seriedad con que acometió su misión de dar a conocer lo que poca gente sabe sobre las condiciones en que vivían quienes habitaban, en ese momento, esta zona del país.
Ciertos pormenores son bastante reveladores, incluso a la luz del día de hoy, razón por la cual, algunos de ellos podrán sorprender a más de uno, entre esos a mí, que los desconocía por completo. Soy de la opinión que los momentos históricos deben ser divulgados para que las nuevas generaciones, no sólo las conozcan sino que eviten caer en los mismos errores, fiel al conocido aforismo de que ‘quien no conoce la historia está condenado a repetirla’, en consecuencia, comenzaremos por la introducción que él mismo subraya en el prólogo y que muestra de manera objetiva las características de la época. Veamos, relata Virgilio que “… para la segunda mitad del siglo XIX y antes del terremoto, la presencia extranjera, reforzada con una componente regional colombo-venezolana, de características singulares de distinción y liderazgo, hizo que Cúcuta viviera se ‘belle époque’ y se convirtiera en ciudad poderosa que poco demoró en despertar la envidia de las jerarquías de Caracas y Santafé. Para esa época, ya casi remota pero inolvidable, la ciudad estaba constituida por una colectividad humana de peculiaridades que difícilmente se encontrarían en otro lares. Comenzó construyendo un puente sobre el río que le daba vida, el Pamplonita. Abrió un camino de herradura para llevar sus productos de exportación hasta el puerto de Los Cachos en Limoncito de los Motilones, sobre el río Zulia. Construyó un camino carretero al puerto de San Buenaventura, más debajo de Limoncito, cuando el volumen comercial exigió aguas más profundas y ampliación de las primitivas instalaciones. Creó la primera compañía colombiana de seguros para proteger las mercancías que entraban y salían por el río. Estableció una línea telegráfica para conectarse con San Antonio del Táchira. Fundó una Caja de Ahorros para solventar los apremios financieros de sus gentes y una Sociedad de Artesanos, versión primitiva del Seguro Social”.
Nada mejor que estas palabras introductorias para iniciar nuestro recorrido por la ‘Cúcuta de antes de terremoto’, que con el permiso del autor, pasamos a narrar. En el muy interesante capítulo sobre el ‘Aspecto General y Gentes antes del terremoto se lee, “… los fundadores la bordaron sobre una malla asimétrica de calles o carreras que la dividían de Sur a Norte y de Oriente a Occidente. No hubo nombres en el momento de la erección parroquial. Ellos surgieron más tarde en respuesta a las veleidades de la jerga popular. La calle que después se llamaría de La Pola, inicialmente se llamó del Sol; la de Ricaurte, calle del Pájaro y la calle de Soto; de la Piedad”. En este punto, para mayor claridad, es necesario precisar que el trazado hecho antes del terremoto, no corresponde estrictamente a las mismas que se delinearon después de su reconstrucción, toda vez que la ciudad no se reconstruyó sobre un modelo calcado de la destruida, así que los nombres asignados a esas calles no necesariamente coinciden con los que tenían antes del sismo. Así pues, tratando de ser lo más cercano posible a los sitios mencionados, vale la pena asegurar que la calle de ‘La Pola’ sería la actual calle 12, la de Ricaurte la 16 (diferente a la asignada posterior a la reconstrucción y que corresponde a la actual calle 10) y la calle de Soto a la calle 12 de hoy.
Continua describiendo el ingeniero Virgilio, que “…hubo una calle de la Constitución, otra de San Cayetano, otra del Libertador. El pueblo tuvo su Calle Real o de los Mártires y una segunda Calle Real, La Libertad. La monotonía de ese esquema la matizaban dos plazas, la de Santander, llamada así después de 1840, y la de la Caridad, en donde estaba ubicado el hospital. La plaza de Santander, que era destapada, servía de mercado público a la pampa y de ágora para eventos cívicos y religiosos, vivía llena de basura del mercado y de excrementos de las recuas de mulas que la atravesaban en todas direcciones con las cargas de los comercios de la ciudad.
La iglesia de San José fue construida por el padre Domingo Antonio Mateus a partir de 1847, año en que se hizo cargo de la parroquia. Los constructores fueron los ingenieros bogotanos Pascual Pinzón y Gregorio Peña. Mayordomo de la fábrica fue don Antonio Ángel, quien también desempeñaba el cargo de sacristán de la iglesia San Juan de Dios”.
En la descripción de la iglesia original de San José, el autor explica que “…las torres almenadas prestan a la iglesia un sabor morisco y castrense, los arcos de medio punto y los contrafuertes le añaden un inconfundible toque románico. Los sillares de las torres contrastan con el material noble de la fachada. La curia era propietaria de toda la manzana en la que estaba ubicada la iglesia. Durante la construcción el lote se parceló para obtener recursos pecunarios para la culminación del proyecto. Fue así como el doctor Foción Soto adquirió la esquina de Los Mártires con Libertad, en la que tenía su residencia y negocio”.
La esquina en mención, sería hoy la equivalente al vértice noroeste de la intersección de la calle once con avenida cuarta, donde a finales del siglo XX, la misma curia construyó el Centro Comercial Boulevard. Esta crónica continuará.